<<Todas las obras hechas por Dios que se pueden ver en la naturaleza, en el cielo y en la tierra, son esculturas y, para poder llegar más rápidamente a la demostración de este arte de la Escultura, no hablaremos de los cielos sino sólo de las cosas terrestres, hechas por el mismo Dios que hizo los cielos>>
Benvenuto Cellini, Tratados de orfebrería, escultura, dibujo y arquitectura. Madrid. Akal. 1989. p. 217.

El que así habla es el escultor florentino del Renacimiento Benvenuto Cellini (Florencia, 3 de noviembre de 1500 – 13 de febrero de 1571) tan conocido por su labor de escultor y orfebre como por la de escritor, ya que nos ha dejado dos textos fundamentales su autobiografía o Vida y su Tratados de orfebrería, escultura, dibujo y arquitectura. En ellos además de glosar anécdotas de su vida va dejando su pensamiento artístico y la opinión que le merecían otros compañeros artistas contemporáneos. Su lectura es un ejercicio fantástico para entender el ambiente artístico de las cortes italianas, la corte papal y la de los grandes duques de la Toscana, así como la corte francesa de Francisco I. Trabajó para importantes mecenas y nos ha dejado piezas de una gran trascendencia, iconos de la escultura y la orfebrería del Alto Renacimiento, pero su vida azarosa tal y como podemos ver en sus textos, impidieron que realizara un número mayor de éstas. Teniendo en cuenta estos datos el florentino se convirtió en el epítome del artista genial, incomprendido, con un ego inmenso y muy pagado de sí mismo.

Como muestra de su estilo grandilocuente, pero ameno, os reproduzco la anécdota de su nacimiento, contada en su Vida:
Ocurrió que dió a luz una noche de Todos los Santos, finalizado el día, a las cuatro y media de la madrugada, en el año 1500. La comadrona, que sabía que ellos esperaban una niña, después de limpiar a la criatura y envolverla en bellísimos paños blancos, se acercó sigilosamente a Juan, mi padre, y dijo:
-Os traigo un buen regalo, que vos no esperábais.
Mi padre, que era verdadero filósofo, estaba paseando y dijo:
-Lo que Dios me concede simpre es querido por mí. -Y, levantando los paños, vio al inesperado hijo varón. Juntando las viejas palmas de las manos, las alzó al cielo junto con los ojos y dijo-: Señor, te doy las gracias de todo corazón, éste me resulta entrañable, y sea el <<Benvenuto>>*
*<<Bienvenido>>, en italiano.
Benvenuto Cellini, Vida, Madrid, Alianza Editorial, 2006, p. 38.

En sus textos, Cellini, entra de lleno en uno de los más interesante ejercicios teóricos del siglo XVI en la Italia del Renacimiento: el paragone, o disquisición sobre cual de las Bellas Artes (Pintura, Escultura y Arquitectura) ha de ser considerada como superior en jerarquía sobre las otras. En todos los tratadistas sobre Historia del Arte del momento hay implícito ese paragone o parangón entre ellas, y cada uno defiende la supremacía de una aunque reconozcan que todas son hermanas, hijas del dibujo o del diseño.

Es lógico que en esa comparación cada autor intente llevar el ascua a su sardina y así se entiende la voluntad de Benvenuto de dejar constancia de la supremacía de la Escultura frente a Pintura y Arquitectura. En su Tratado podemos leer opiniones quizá muy exaltadas como las siguientes:
Para Benvenuto, la pintura <<no es otra cosa que engaño, porque su verdadero nombre equivale a colorear, y así debería llamarse; pero este admirable hombre ha hecho una mentira tan bella y agradable que parece verdad y, aunque sea mentira, es cosa digna de gran alabanza, porque es grandemente bella y amable y se ha deleitado y complacido en sí misma de modo que, ante los ojos de los ignorantes, ha podido pasar por padre y madre sólo por la ignorancia de quienes así la han favorecido>>. Para Benvenuto, la Naturaleza, ese elemento que hay que copiar en el Arte, es igual que la Escultura. No olvidemos que para la teoría del Renacimiento el Arte es mímesis, copia de la Naturaleza. Por lo que todos los artistas copian esa realidad que el florentino asocia con la Escultura. Los pintores lo hacen con un engaño, la simulación de la tercera dimensión mediante las reglas de la perspectiva por lo que para él: <<Un magnífico pintor es como un mentiroso que se ingenia para imitar la verdad haciendo que su mentira sea más bella y placentera>>. Para valorar el trabajo más dificultoso de un escultor frente a un pintor además aduce el tiempo empleado en la realización de una figura: 0cho jornadas, los pintores, un año, los escultores.
Sobre el fundamento de las Artes, el dibujo, Cellini habla sobre su realización práctica y pone un ejemplo que a su vez da argumentos a su parangón: <<Volviendo a la cuestión de las virtudes del dibujo, digo que he visto hacer y yo mismo he hecho grandes estudios para conseguir escorzos correctos. Tomábamos un hombre joven, de buena planta, y después, en una habitación en la que se hubiese blanqueado, le hacíamos que se sentara o que se mantuviera erguido en diversas posturas, con lo que podíamos ver los más difíciles escorzos; seguidamente, le colocábamos detrás una luz, no demasiado alta ni demasiado baja ni excesivamente alejada de él, y la situábamos con el criterio de que nos mostrase lo más bello y verdadero. Viendo la sombra que proyectaba en el muro, ordenábamos al hombre que se mantuviese quieto y rápidamente trazábamos el perfil de la sombra; después fácilmente se podían trazar algunas líneas que la sombra no mostraba […]. Este modo de dibujar es el que han usado los mejores maestros y con él se hace una admirable pintura. Entre todos los grandes pintores que hemos conocido, nuestro florentino Miguel Ángel Buonarrotti ha sido el mejor. Y no a otra causa debe el haber sido el gran pintor que he dicho sino a ser también el mayor escultor de que tengamos noticia, porque la mayor alabanza que se puede hacer una bella pintura es decir «parece hecha en relieve»>>.
Si es sorprendente sus afirmaciones sobre la pintura no lo son menos sobre la Arquitectura:
La arquitectura es un arte de grandísima necesidad para el hombre; tanto por servirle de vestimenta y armadura como por sus bellos ornamentos, es cosa admirable, y también por ser la segunda hija de la gran escultura, de modo que quienes sean grandes escultores con más motivo harán una útil y bella arquitectura. La arquitectura es tanto más fácil que la pintura cuanto difiere esta última de su gran madre escultura. No quiero ocultar al mundo la razón de esta facilidad ni abstenerme de decir que ha habido alguno hombres ajenos a la profesión del diseño que, sintiéndose inclinados a esta digna arte de la arquitectura, se han aplicado a trabajar en ella favorecidos por grandes señores.
Benvenuto Cellini, Tratados de orfebrería, escultura, dibujo y arquitectura. Madrid. Akal. 1989. p. 195.
Para justificar su opinión acerca de la arquitectura recurre nada más y nada menos que al padre de la arquitectura renacentista: Filippo Brunelleschi, cuya primera formación era la escultura y que se dedicó a la arquitectura tras el concurso de la puertas de bronce del baptisterio de Florencia: <<En Florencia, mi patria, se edificó por quienes construían en ese estilo [tedesco] nuestro gran templo de Santa Reparata, catedral principal de la ciudad, […] y, en la época en que se planteó la necesidad de cubrir la gran tribuna de esta catedral, ya había comenzado a dejar notar su presencia en la ciudad algún fértil ingenio que abominaba del seco estilo alemán. El primero, que con valiente audacia, se alejó de él, fue un excelente escultor, compatriota nuestro, llamado Pippo di ser Brunellesco. Y, como poseía un bello estilo en escultura, comenzó a mostrar a los hombres que por entonces trabajaban en tan gran obra que aquel estilo no correspondía al bello estilo de los antiguos sino que era cosa bárbara y alejada de toda buena regla>>.
Las fuentes italianas venían a dar cobertura teórica a una costumbre muy arraigada en Italia: la dedicación a la arquitectura por parte de artistas formados en otros campos. Esta “intromisión” de artistas dentro de la arquitectura, viene avalada por las fuentes del Renacimiento. Ya Alberti en su tratado De Re Aedificatoria, al hablar de la formación de los arquitectos alude a que los aspectos más importantes en ésta, son el estudio de las matemáticas y la pintura. Esta última y el dibujo son importantes para Alberti porque mediante ellos se cristaliza el pensamiento arquitectónico en un proyecto, así en él aparecen diferenciados ya la traza de la realización de las obras. Y es al proceso de la proyección al que se le da más importancia, pues es en el que interviene el intelecto. Esta idea pasará a otros tratadistas que la irán intensificando, Filarete en su tratado quiere resaltar esa idea del proyecto ajeno a la propia construcción, ya que para él el arquitecto es un humanista y un científico. Filarete se había formado como orfebre y fundidor en Florencia, y es su conocimiento del dibujo el que le permite acercarse a la arquitectura. Dentro de esta nómina de arquitectos-artistas italianos estarían también incluidos Serlio y Jacopo Barozzi “Il Vignola”, formados ambos como pintores. En la teoría de la arquitectura en Italia, se va a reflejar el concepto del disegno, como elemento intelectual, al igual que pasaba en la pintura. Llegando a subordinarse la arquitectura a la pintura en la teoría del milanés Gian Paolo Lomazzo, donde se refleja una concepción neoplatónica de la forma. Dentro de esta intromisión, Cellini da un ejemplo más, pero ensalzando a escultores frente a pintores o arquitectos más técnicos, formados en la propia experiencia constructiva.

Recomendamos así la lectura de las dos obras de Benvenuto y la contemplación de sus magníficas esculturas.
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