ROGIER VAN DER WEYDEN: EL ARS NOVA

Las etiquetas que empleamos los historiadores del arte para facilitar la comprensión de los movimientos y estilos artísticos son en realidad un arma de doble filo. Muchos conoceréis el origen francamente negativo de algunas de las mismas como el término gótico empleado por los teóricos renacentistas del siglo XVI para referirse al arte, fundamentalmente la arquitectura, de la Baja Edad Media, calificándola así como propia de godos, es decir arte bárbaro, que venía a romper la perfección de las fórmulas del mundo clásico greco-latino. Algo parecido pasa cuando en el siglo XIX comienzan a estudiarse los momentos previos al clasicismo renacentista y a todos los pintores anteriores a la gran figura de Rafael Sanzio se le comenzó a denominar como «primitivos».

Hablar de primitivos flamencos para referirnos a los maestros que trabajan en el ámbito de los Paises Bajos en el siglo XV, viendo obras tan espectaculares como las realizadas por Jan van Eyck, Robert Campin o Rogier van der Weyden, nos parece un despropósito. Ya Erwin Panofsky en su Renacimiento y renacimientos en el Arte Occidental habla de «Renacimiento del norte» aunque quizás sea interesante usar el término que deriva de los estilos musicales de la polifonía medieval y usar el término Ars Nova. Porque la experimentación que supone en los Países bajos la técnica del óleo y su uso en un detallismo extremo, provocó una nueva forma de representar la realidad en la pintura, análoga a lo que estaban haciendo en la Italia del quattrocento pero con una personalidad única.

Una de las más gratas sorpresas del circuito de exposiciones de las últimas temporadas fue que el Museo del Prado dedicase una al genial pintor flamenco Rogier van der Weyden, aprovechando así el feliz trabajo de restauración de una de sus obras más interesantes y desconocidas: el Calvario perteneciente a Patrimonio Nacional. Hasta ese momento se  exhibía en el Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Los numerosos repintes y la suciedad no dejaban ver el original de Weyden, por lo que pasaba desapercibido dentro de la vasta colección de pinturas que todavía atesora el Real Sitio, a falta de que empiece el desvestir del Monasterio para vestir el nuevo Museo de las Colecciones Reales, hecho con el desde aquí estamos en total desacuerdo, ya que como bien hemos expresado en otras ocasiones y en otros espacios (ver aquí) una obra no ha de perder el contexto histórico, para venir a dotar de contenido un museo que es del todo innecesario en una ciudad como Madrid. La situación actual del mismo es relativamente incierta, ya que la situación política actual con un gobierno en funciones, no ha dejado cerrado la aprobación del programa museográfico del nuevo museo. Por lo que su previsible fecha de inauguración se verá forzosamente retrasada hasta, por lo menos 2018 (ver aquí).

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Maqueta del proyecto del Museo de las Colecciones Reales. Foto: El País

Con motivo de la exposición, el Museo del Prado, reunió un selecto grupo de obras originales o vinculadas con el artista de Tournai y que ponían en valor las relaciones entre el mundo flamenco e hispánico tanto en el siglo XV como en el XVI. Es la primera vez que se hacía una exposición antológica dedicada a este pintor y ha servido también para actualizar la bibliografía y los estudios sobre el mismo. Como bien comenta el comisario, Lorne Cambell, en el catálogo de la muestra; sólo tres obras son atribuibles con certeza documental a van der Weyden, aunque ninguna esté firmada: el Descendimiento, pintado para la capilla del gremio de ballesteros de Lovaina antes de 1443; el tríptico de Miraflores entregado a la Cartuja burgalesa del mismo nombre en 1445 y el Calvario donado por el propio artista a la Cartuja de Scheut, cerca de Bruselas, antes de su muerte ocurrida en 1464. Es la primera vez que las tres se han expuesto juntas.

Con un planteamiento expositivo exquisito, se consiguió destacar e individualizar las obras mostrándolas en un ambiente que no distraía de su contemplación, bien iluminadas, y colgadas a una altura óptima. Por ejemplo: el famosísimo Descendimiento del Museo del Prado, se colocó un poco más alto de lo habitual en el museo, produciendo un efecto sorprendente, ya que a mayor altura adquiría mucho más protagonismo las figuras  y se entendía mejor la composición y su vinculación a la escultura realizada en Flandes por esas fechas. Una de las certezas que constataba esta muestra es que una exposición no necesita tener muchas obras para ser grande, no tenía ninguna obra de relleno, sino que están implicadas en el discurso expositivo y en el museográfico.

Anónimo flamenco. Calvario del retablo mayor de la Virgen de Belén . Iglesia de Santa María de la Asunción. Laredo

Van der Weyden es uno de los grandes reclamos del museo madrileño, porque su Descendimiento ha pasado a ser una de las obras imprescindibles de la visita al mismo. Y es importante poder contextualizar al pintor, su obra y su relación con España.

DESCENDIMIENTO:

Obra pintada para la capilla que el gremio de Ballesteros tenía en la  Iglesia de Santa María Extramuros de Lovaina. Este retablo seguía la costumbre flamenca de los trípticos, del que el descendimiento era la tabla central, y existían dos tablas más pintadas por Weyden como puertas.

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El Descendimiento. ca. 1435. Museo del Prado. Madrid

Fue adquirido por María de Hungría, la gobernadora de los Paises Bajos, que lo colocó en la capilla de su palacio de Binche. En esta ubicación la conocería Felipe II, sobrino de la anterior y heredero de su magnífica colección. Por lo que el Rey Prudente una vez trasladada la pieza a España la ubicó primero en la capilla del palacio de El Pardo y posteriormente la trasladó a El Escorial, en ese momento, es restaurada por Navarrete “el Mudo” que le añade unas tablas a las puertas del tríptico: Según se lee en el inventario de la primera entrega en 1574: “Una tabla grande en que está pintado el Descendimiento de la cruz, con nuestra Señora y otras ocho figuras, que tiene dos puertas, pintado en ellas por la parte de dentro los quatro evangelistas con los dichos de cada uno con la Resurrección, de mano de maestre Rogier, que solía ser de la reyna María, pintadas por de fuera las puertas de mano de Juan Fernández Mudo, de negro y blanco, que tiene de alto la tabla de en medio, por lo que toca a la cruz que en ella está pintada, siete pies y de ancho diez pies escasos”.  Según las descripciones del padre Sigüenza y la descripción anónima encontrada en la Biblioteca de Ajuda (Portugal) esta pieza estaba en la sacristía. Ya en 1667 (descripción del padre Santos) está en la capilla del colegio. Es Lázaro Díaz del Valle el que nos pone en la pista de lo pintado en las puertas exteriores del tríptico original: lo primero que hizo en San Lorenzo el Real fueron unos profetas de blanco y negro en unas puertas de un tablero de la Quinta angustia que está ahora en la pared de la sacristía, encima de los cajones, que por estar de continuo abiertos no se gozan.

Desconocemos el momento en el que el tríptico perdió las puertas, tanto la parte interior con los Evangelistas de Weyden, como la exterior con los Profetas de Navarrete. Seguramente en el trascurso de alguno de los incendios que asolaron el Real Monasterio, como el de 1671, cuando ya estaba en la capilla del colegio.

Anónimo. Incendio del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial en 1671. Museo del Prado. Madrid

CALVARIO:

Esta tabla, que van der Weyden donó a la Cartuja de Scheut, donde profesó como fraile cartujo uno de sus hijos, fue adquirida por Felipe II y la destinó a su recién inaugurado palacio de Valsaín en Segovia, de donde se pasó posteriormente al altar mayor de la Sacristía del Monasterio de El Escorial, hasta que Velázquez lo sustituyó por La Perla de Rafael. Es el lugar que ahora ocupa el altar de  la Sagrada Forma de Gorkum con el fantástico cuadro de Claudio Coello.

Aparece citato en el inventario de la primera entrega de 1574: “Una tabla grande en que está pintado Christo nuestro Señor en la Cruz, con nuestra Señora y Sant Juan, de mano de masse Rugier, que estava en el Bosque de Segovia [Valsaín], que tiene treze pies de alto y ocho de ancho, estava en la cartuja de Brusellas”.  Sigüenza, Ajuda y Dal Pozzo (noble diplomático italiano que visitó España en el séquito del cardenal Barberini en 1625) lo mencionan sin nombres de autor en el altar de la Sacristía. El padre Jiménez describe este lugar: “un Crucifixo del natural, con nuestra Señora y San Juan a los lados; copiado por el Mudo” en 1667 está en la librería del coro. Lázaro Díaz del Valle nos informa de que es Navarrete el Mudo quien hace la copia que ha de sustituir al calvario en la capilla de Valsaín: copió luego un crucifijo grande excelentísimo que estaba en el altar de la Sacristía, muy del natural, aunque nuestra Señora y San Juan no más de blanco y negro. Contentole mucho al Rey esta copia; mandole poner en una capilla que tienen el bosque de Segovia. Al Sitio del Bosque le dedicamos un post hace algún tiempo en nuestro otro blog: InvestigArt (ver aquí)

Calvario. ca. 1454/55. Patrimonio Nacional. Real Monasterio de El Escorial.

 

 

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