En febrero de 2020, antes del inicio de las restricciones y confinamiento por la COVID-19, tuve la inmensa suerte de conocer a Sara Rubayo, historiadora del Arte, que en aquella ocasión ya me habló de un proyecto que a mí me pareció inmenso, descomunal, ciclópeo y a la vez enciclopédico, necesario y posible: reunir en una serie de volúmenes los nombres de todas las pintoras de las que se ha tenido noticia a lo largo de la historia.
Soy una persona realista, sé el trabajazo que supone reunir dicha información, pero a la vez soy entusiasta y me pareció que el proyecto, aunque titánico, era factible. Desde ese primer conocimiento, siempre que Sara me pidió colaboración o simplemente intercambiar ideas, ha tenido una respuesta afirmativa e ilusionante por mi parte, porque siempre he creído en este proyecto y en su funcionalidad. Cuando en diciembre de 2021 por fin veía la luz el primer volumen realizado por Sara Rubayo y Ana Gállego, no pude alegrarme más de su relevancia y éxito, de tal forma que hace poco tiempo ha podido ver la luz una segunda edición ampliada, porque gracias a ese primer trabajo de Ana y Sara, están apareciendo muchos más nombres.
La idea principal de Sara era poder nombrar a las pintoras y dotarlas de una imagen, que dejaran de ser un dato aislado y descontextualizado e integrarlas en su momento y en su lugar. Ana, por su parte, se ha dedicado a la, en ocasiones, engorrosa tarea de buscar referencias y documentar la existencia real de esas mujeres. En ese sentido no puedo estar más en línea con la idea de Historia del Arte que promueven las autoras. Por eso es para mí un inmenso honor y placer escribir estas líneas, que espero os sirvan para engancharos más, si cabe, al proyecto con este volumen dedicado a las mujeres que ejercieron la pintura en el siglo XVIII.
Siempre he contado que, durante mis estudios de licenciatura en Historia del Arte, vi pocas mujeres artistas, muchos de mis colegas suelen afirmar que no vieron ninguna, con lo que he de considerarme afortunado. Es verdad que fueron pocas: Artemisia Gentileschi, Luisa Roldán dentro de mi época favorita, el Barroco. Tuve la inmensa suerte de tener de profesora a Estrella de Diego y que ella nos recomendara la lectura de un libro que personalmente me cambió mucho la mirada Mujer, Arte y Sociedad de Whytney Chadwick, ahí descubrí que desde la antigüedad tenemos constancia de la presencia de mujeres artistas, en ese sentido desde el blog de Historia del Arte InvestigArt, tanto mi compañera Gloria Martínez Leiva, como yo mismo y nuestros colaboradores, hemos intentado ir sacando algunos de esos nombres que hemos podido encontrar trasfiriendo en ocasiones de primera mano las últimas investigaciones del mundo académico al público general. Hay radica, en mi opinión, el éxito del proyecto de Sara y Ana, porque reúne en un lugar de fácil consulta, un primer acercamiento a las figuras de mujeres que ejercieron la pintura y de las que tenemos constancia documental.
Ahora tenéis en vuestras manos el segundo volumen, en el que se aborda el siglo XVIII. Puede parecer descompensado que el primer volumen se dedicara nada más y nada menos que a las mujeres que desde la antigüedad hasta el siglo XVII han ejercido el arte de la pintura, pero bien es cierto que cuanto más nos alejamos en el tiempo, más difícil es encontrar evidencias documentales. Además, se da otra particularidad a partir del siglo XVIII, que son los cambios en los sistemas educativos, que como veremos, facilitaron en parte el acceso de las mujeres a la práctica de la pintura.
Si leísteis el prólogo del volumen uno, sabréis que hasta el siglo XVII hay fundamentalmente tres sistemas de acceso a la práctica de la pintura para las mujeres: ser monja, ser familiar de artista y ser de familia acaudalada.
En el primer grupo se encuentran mujeres que entran en religión y adquieren una educación artística como parte de la labor de manos, el ejercicio práctico de alguna habilidad manual para llenar las horas de labor o trabajo dentro del rígido horario de la vida conventual.
Dentro del segundo grupo o #TallerFamiliar, que es el más numerosos y habitual en los casos de mujeres artistas, están las hijas, esposas, hermanas, etc. de pintores masculinos, que se forman dentro del taller familiar y ejercen labores dentro del mismo, en algunos pocos casos, estas mujeres podían alcanzar la maestría y abrir su propio taller o continuar, cuando quedaban viudas, con el taller de sus cónyuges.
En el tercer grupo, estarían las jóvenes fundamentalmente de la nobleza, que reciben una formación artística como complemento a una educación humanística.
Se da la paradoja, de que el siglo XVIII rescata del olvido la leyenda del origen de la pintura, según una leyenda de la Grecia Clásica, una joven enamorada, de nombre Kora, ante la marcha al día siguiente de su amado, rumbo a la guerra, tiene la idea de trazar con carboncillo el perfil de la sombra que éste proyecta en el muro mientras dormía, para guardar así su recuerdo. Esta leyenda, que como indicábamos antes, circuló mucho en el siglo XVIII, puso de moda la pintura de siluetas como ejercicio pictórico femenino para jóvenes de clases acomodadas con buena formación.
Pero el siglo XVIII es el siglo de las Luces, en este periodo se impulsa los saberes y conocimientos, fundamentalmente las ciencias aplicadas y se inicia la regulación del aprendizaje, en el campo artístico esto se verá reflejado en la aparición de las Academias de Bellas Artes, que impulsan un modelo de enseñanza fuera de la tradición gremial anterior y sustentada en la jerarquía de los géneros pictóricos. Las academias basarán su enseñanza en el aprendizaje del dibujo, primero copiando objetos y esculturas, para en los últimos años tomar apuntes de modelos del natural. Con ello se creaba una jerarquía en la que los temas se ordenan por importancia, desde los bodegones y floreros hasta la pintura de Historia. En esta nueva institución las mujeres van a tener acceso, pero no a todos los estadios. Generalmente se les vetaba las clases de dibujo del natural, por evitar la observación de cuerpos desnudos, por lo que se les limita los géneros que pueden desarrollar, las teorías del momento creían abiertamente en que el sexo determinaba diferencias en la manera de realizar las obras, así se creará toda una concepción preestablecida de lo femenino como opuesto al genio creador masculino. A las mujeres se les abrirá la posibilidad de dedicarse a géneros que dieran cabida a su disposición natural y a poder ser desarrollada en espacios privados: bodegones, floreros y sobre todo retratos. En ese sentido va a ser fundamental el papel que muchas mujeres artistas van a tener en la ilustración de los estudios botánicos y científicos. Durante el siglo XVIII vamos a ver el desarrollo del género del retrato en miniatura, género que, al necesitar de precisión y paciencia, va a ser considerado como más propio del genio femenino. Es muy reseñable que aparezcan talleres en los que las mujeres empiezan a ser aceptadas como alumnas, como el estudio para mujeres que crea Sophie Regnault (1763-1825) junto a su esposo el pintor Jean-Baptiste Regnault (1754-1829) o que en el taller de Jacques Louis David (1748-1825) se admitiera a mujeres.
Se da la paradoja de que las biografías de muchas de estas mujeres formadas al calor de estas nuevas academias y estudios, se nos referencia los nombres de sus padres, de sus maridos, de los hombres a los que parece que ellas se han arrimado, pero cuando buscamos las biografías de estos, resultan, en muchas ocasiones, que no han tenido una carrera especialmente reseñable y que en realidad son ellas las que sí que tuvieron cierta relevancia. Es más, de muchas de ellas, sólo conocemos su carrera artística y no sus circunstancias vitales más elementales.
En el caso español, la Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid, como bien ha estudiado Daniel Lavín y recogimos en el blog InvestigArt, las pintoras no podían ingresar como alumnas en la Academia ni acceder a puestos de relevancia, pero hubo algunas que lograron ser miembros oficiales por otras vías. Los principales títulos a los que podían acceder fueron los de Académica de Honor, Académica de Mérito y Académica Supernumeraria. Los académicos de honor no tenían por qué ser artistas, eran elegidos por el prestigio que podían aportar a la Real Academia. Sin embargo, los académicos de mérito sí tenían que demostrar sus habilidades artísticas para obtener esta mención. Algunas mujeres disfrutaron simultáneamente los títulos de Académica de Honor y de Mérito. El título de Académicas Honorarias estaba reservado a artistas de gran calidad, pero no tenía una función práctica dentro de la institución, era más bien una recompensa honorífica. Había personas muy diversas que obtuvieron este reconocimiento.
Este es el motivo principal por el que Sara y Ana decidieron, en un momento dado de su investigación, no incluir los casos de tales nombramientos cuando eran títulos meramente “decorativos” obtenidos por presentar una única copia. No así cuando el nombramiento está ampliamente demostrado por el talento y el trabajo de la artista. Parecería una contradicción que la creación de las Academias, que en principio excluían a las mujeres como alumnas, permitieran finalmente el acceso a la práctica de la pintura a muchas más mujeres que en los siglos precedentes, pero como hemos visto, las propias instituciones dejaban huecos y márgenes en sus estatutos que permitieron a muchas mujeres acceder, aunque no de forma completa, a una formación que en principio les estaba vedada.
Es interesante ver cómo además se van a mantener y simultanear las otras vías de acceso a la formación, de tal manera que no se sustituyen, sino que se superponen, como hemos mencionado con las escuelas de mujeres y los talleres que permitían su acceso. Todo esto hará del siglo XVIII un periodo rico en la presencia de mujeres, algunas alcanzarán una proyección increíble, con figuras tan reseñables como Angelika Kauffmann o Louise Elisabeth Vigée Lebrun, que en palabras de Estrella de Diego han visto empañadas sus carreras y trayectorias artísticas por el éxito y las buenas relaciones sociales que disfrutaron en su momento.
No os voy a contar las utilidades de este libro que tenéis entre las manos, porque seguro que ya las descubristeis con el volumen uno, pero espero que este sirva para que descubráis muchas más mujeres que han dejado obras tremendamente interesantes y que la Historia del Arte y sobre todo los historiadores, han ensombrecido durante demasiado tiempo. El siglo XVIII es el siglo de las luces, demos luz a estas mujeres y devolvámoslas a su lugar, a su contexto.
Nota:
* El siguiente texto ha aparecido como prólogo del Volúmen 2 dedicado al siglo XVIII del libro Pintoras de Sara Rubayo y Ana Gállego, editado por Paidós, en su colección Paidós contextos y publicada en febrero de 2024.
Evidentemente creo que PintorAs es una potente herramienta para cualquier historiadora o historiador del Arte, pero también para aquellas personas que aficionadas a la Historia del Arte, en este caso a la pintura, quieran saber los nombres y la vida de esas mujeres silenciadas por la historiografía tradicional que las expulsó del relato porque no encajaban en la idea del genio creador masculino. Es una herramienta, pero está contada de manera amena y fácil de entender, desprende la pasión por el conocimiento de todo su equipo. Os enseño cómo es por dentro un poco y además o dejo el enlace por si os interesa adquirirlo pinchando aquí.