Hoy nos hemos encontrado con una novedad en el Museo del Prado. Se trata de una nueva acción inscrita en el proyecto “Enmarcando el Prado” que cuenta con el apoyo de la entidad filantrópica American Friends of the Prado Museum. En este caso el nuevo marco sirve para devolver a la obra de Velázquez, Mercurio y Argos, su aspecto y tamaño original.


En el siglo XVIII la obra sufrió un añadido que consistió en una banda de unos 25 cm que recorre todo el extremo superior, y otra más estrecha, de unos 10 cm, en el inferior. Era una práctica habitual para adecuar obras a los nuevos espacios a decorar en el Palacio Real Nuevo, exactamente igual que ocurrió con Las hilanderas, También de Velázquez (ver aquí). A la pintura recrecida se le puso uno de los marcos de la colección real, diseñados por Andrés de la Calleja en 1748, que son muy característicos, dorado y con un labrado que presenta una estructura con tres órdenes de talla: una calle exterior con talla de hojas de acanto dispuestas en diagonal, moldura de cinta en espiral con hilo pasado, entrecalle lisa de perfil cóncavo, delimitada al interior por una decoración de caña con ataduras en aspa y un filo liso. Este marco fue el que se utilizó para dar unidad decorativa a todas las pinturas del Palacio Real de Madrid y posteriomente también se utilizó para reenmarcar muchas de las pinturas pertenecientes al Palacio del Buen Retiro. Para saber más sobre los marcos, tenéis el fantástico artículo de mi compañera Gloria Martínez, del que he sacado esta información, ver aquí.


El nuevo marco sirve para enmascarar los añadidos del s. XVIII, que quedan ocultos a la vista por la ancha moldura nueva, para su creación se han inspirado en modelos de finales del XVI y principios del XVII, como el marco que lleva el Caballero de la mano en el pecho del Greco y sirve para mostrar la imagen de la pintura de Velázquez sin los añadidos, de tal forma que se recupera el sentido original de las figuras velazqueñas y además se muestra junto con Las Hilanderas, que también tiene un marco de iguales características. El añadido distorsionaba la imagen de Velázquez, porque al añadirle espacio, las alejaba del espectador y se perdía la sensación de que Argos, sus rodillas, se salen literalmente del cuadro. Un escorzo violentísimo y valiente que nos habla de un Velázquez maduro que ha sacado partido a toda su carrera.


Pero ¿Qué sabemos de Mercurio y Argos? Es seguramente la última pintura que hizo Diego Velázquez, se fecha entorno a 1659 y estaba destinada a uno de los lugares más importantes de la monarquía hispánica, el salón de los espejos del Alcázar de Madrid.



Gracias al inventario de Felipe IV en 1666, sabemos que el cuadro de Velázquez estaba situado en el muro sur de la estancia, sobre una de las famosas mesas de leones dorados y tablero de piedras duras, que componían la decoración del salón y que asociaban el trono de los monarcas Austrias con el trono de Salomón.
El lienzo de Velázquez narra el episodio mitológico en el que Mercurio es enviado por Júpiter para rescatar a la ninfa Io, transformada por el padre de los dioses en vaca, para que no fuera castigada por Juno ante la infidelidad de su esposo con ella. Juno, que la había localizado la había puesto bajo la tutela de Argos, el gigante de cien ojos, que sólo cerraba cincuenta mientras dormía, tiene que ser mediante la música, como Mercurio consiga dormirlo y así cortarle la cabeza para rescatar a Io, vuelve a ser un tema en el que se ensalza las Artes, en este caso la Música. El mismo tema había sido representado por Rubens para el ciclo de mitologías de la Torre de la parada. Si Rubens en su composición se basó en un escultura clásica, el llamado Gálata suicida o Gálata Ludovisi, Velázquez hizo lo mismo en la figura de Argos, inspirada por el Gálata moribundo.




El Mercurio y Argos de Velázquez formaba parte de una serie para ese Salón de los Espejos, que estaba siendo remodelado para adecuarlo, como salón más representativo de la Monarquía, a la visita que iba a realizar del duque de Gramont, embajador de Luis XIV, para tratar de matrimonio de su rey con la infanta María Teresa de Autria, hija mayor de Felipe IV, matrimonio que estaba vinculado a la Paz de los Pirineos y que a la postre, fue una de las causas que se achacan para la prematura muerte del pintor sevillano, que volvería exhausto de toda la organización de la entrega de la Infanta en la Isla de los faisanes, frontera entre España y Francia en el Bidasoa, en el verano de 1660.
El conjunto estaba formado por un Apolo y Marsias del mismo tamaño y formato y por un Venus y Adonis y un Cupido y Psique algo menores. De tal forma que dos cuadros nos hablan de la superioridad de la Artes, en este caso la música y otros dos del amor, por lo que se ha querido relacionar con esta visita para concertar el matrimonio de la hija del rey con su sobrino, el rey de Francia. Los tres cuadros mencionados de Velázquez perecieron en el fatídico incendio del Alcázar de 1734.

