La semana pasada llegó a mi conocimiento cierto artículo de un experto en arquitectura sobre la conveniencia de eliminar de la Mezquita-Catedral de Córdoba todo rastro de las intervenciones cristianas (ver aquí). Esa misma semana tuve la inmensa suerte de poder visitar el edificio como actividad asociada al II Simposio sobre Arte y Ornato en el Barroco que organizó la Asociación Hurtado Izquierdo (ver aquí). Es tan ajena las sensaciones vividas en el edificio por esta humilde persona, a la descripción maniquea y llena de equívocos del experto que no he podido resistir la tentación de escribir sobre uno de los mejores ejemplos de edificio histórico.
La pasión por la piqueta restauradora no es nueva, en el siglo XIX, dentro de la corriente de revalorización e imitación de los estilos del pasado, especialmente los medievales, se efectuaron limpiezas agresivas en las catedrales góticas francesas por parte del arquitecto Violec le Duc. Sobre esta costumbre y su reflejo hispánico hablé aquí y aquí.
El problema del discurso provocador del artículo que citaba al comienzo es que no ha entendido qué significa un edificio histórico y qué valor y función ha tenido para poder llegar hasta nosotros.
El mismo hecho de que haya llegado hasta nuestros días gran parte del edificio musulmán de la mezquita en en sí peculiar. Las principales ciudades de Al-Andalus como Toledo, Granada, Jaén, Málaga o Sevilla transformaron con cierta celeridad sus mezquitas aljamas en templos catedralicios propios de su época. Como caso singular, de la antigua mezquita de Sevilla se conservó parte de su patio y el cuerpo de su alminar, transformado en campanario.
Todo lo contrario ocurrió en Córdoba, la gran parte de la mezquita se conservó, quedando intactas las zonas más emblemáticas del primitivo edificio, como son la bóvedas califales de la capilla villanueva, antiguo lucernario, y las de la macsura y el mirhab. En realidad las transformaciones que se hicieron fueron en gran medida para poder adaptar el edificio a los usos como catedral cristiana.

Y si bien la adecuación catedralicia resultante es un híbrido extraño, no es menos cierto que está lleno de detalles bellísimos y su relación con lo preexistente es singular. No puedo compartir la opinión de Pedro Torrijos, no puedo estar en realidad más en las antípodas. Si la mezquita es sombra, la catedral es luz. Es un fantástico ejercicio de construir con luz, de deslumbrar, de transitar entre metáforas. Si Torrijos alude al japonés Junichiro Tanizaki y su Elogio de la sombra, para defender la restitución de la oscuridad de la mezquita, yo podría citar al Abad Suger, y su elogio de la luz para un edificio cristiano.
«La nave brilla iluminada en su medio.Pues brilla lo brillante que se une a lo brillante. Y brillará el noble edificio al que atraviesa la nueva luz.»
«Quien quiera que seas, si deseas ensalzar la gloria de las puertas, que no te deslumbre el oro ni el gasto, sino la labor de la obra. La obra noble brilla, pero que esta obra que brilla con nobleza ilumine las mentes para que siguiendo verdaderas luces lleguen a la luz verdadera, donde Cristo es la Verdadera Puerta. La puerta dorada define de esta manera esta luz interior: La mente aletargada se eleva hacia la verdad pasando por lo material y primero sumida en el abismo, resurge a la vista de esta luz.»
Abad Suger
¿Acaso es más ajeno a nuestra cultura Suger que Tanizaki? Someter un edificio histórico al juicio personal, al gusto, calificandolo de pastiche y mala arquitectura, es un error que por desgracia hemos sufrido muchas veces en el pasado. No cometamos semejantes disparates, porque el buen gusto es posiblemente el mayor causante de pérdida patrimonial de nuestro país (ver aquí).
El hecho de que la propia mezquita se erigiera sobre una antigua basílica visigoda, la de San Vicente, de la que se han encontrado vestigios, y que sufriera cuatro importantes ampliaciones con sus respectivos cambios en los modos constructivos, pero manteniendo un lenguaje común, hacen del ejemplo cordobés algo excepcional dentro de la arquitectura andalusí.
Desde la conversión de la mezquita en catedral tras la conquista de la ciudad por Fernando III “el Santo” en 1236 bajo la advocación de Santa María la Mayor, se inició un proceso de transformación de los espacios perimetrales del templo en capillas para su uso cristiano, salvo la capilla Real, que se construyó en el centro de la mezquita junto al lucernario primitivo de la ampliación de Al Hakam II, siendo un ejemplo notable del estilo mudejar con fuerte presencia de elementos nazaríes.
No será hasta 1489 que se haga la primera alteración notable, con la construcción de una iglesia en estilo gótico de una nave, transversal a las naves de la primitiva mezquita. En esta iglesia el antiguo lucernario, convertido ahora en capilla Villaviciosa, pasaba a ser el presbiterio y el cuerpo gótico realizado a base de arcos diafragma apuntados que sostienen una cubierta de madera.
Esta iglesia resultaba insuficiente para el cabildo, por lo que el obispo Alonso Manrique encarga al maestro mayor de la catedral, Hernán Ruiz el Viejo, el proyecto de catedral para el centro de la mezquita. Las obras comenzaron en 1523. La labor del arquitecto resultó compleja, pues debía construir una catedral con forma de cruz latina, intentando no no destruir innecesariamente partes de la mezquita. Se eligió una traza góticista, siguiendo los modos constructivos de la época. Para la realización de esta idea se tuvo que derribar un total de once tramos de once naves situados entre las zonas de la mezquita de Abderramán I, Aderramán II y Almanzor, siendo estos últimos los tramos más afectados. La obra se continuo por la saga de los Hernán Ruiz II y III que terminaron de cubrir las bóvedas y la cúpula, en estilos gótico y renacentista, dándose por concluido el nuevo edificio en 1606.
Durante los siglos del barroco, la catedral va a ser dotada de elementos que la adecuaban al culto postridentino y también se van a construir o modificar muchas de las capillas. De todas las transformaciones barrocas cordobesas debemos destacar por un lado el impresionante retablo proyectado por el arquitecto jesuita Alonso Matías, muy vinculado con la obra de Miguel Cano y los primeros trabajos andaluces de su hijo Alonso Cano, que plantea un enorme retablo en mármoles de colores y detalles en bronce dorado con tallas de Pedro Freile de Guevara, Matías Coronado y Juan de Porras. Las pinturas originales fueron sustituídas por obras de Acisclo Antonio Palomino con representación de la Asunción de la Virgen y los Santos Mártires cordobeses.
Los púlpitos que flanquean la capilla mayor son obra dieciochesca de Miguel Verdiguier, escultor vinculado a la catedral de Granada, que los realiza en madera y mármol en 1779.
La otra gran obra barroa es el coro realizado por Pedro Duque Cornejo a mediados del siglo XVIII. Se compone de sesenta sillas altas y cuarenta y seis bajas más el trono episcopal. Representa el último gran ejemplo de la talla barroca española y andaluza y la última gran sillería de coro, el canto del cisne de una costumbres típìcamente hispánica que las modas del siglo XIX vinieron en intentar eliminar.
De entre las capillas barrocas podemos destacar la de Nuestra Señora de la Concepción, proyectada en 1679 por Melchor de Aguirre bajo el patronazgo del obispo fray Alonso de Medina Salizanes, donde destaca el trabajo con mármoles de colores y toda la decoración tanto pictórica como escultórica, debiéndose esta última al imaginero Pedro de Mena.
La otra gran obra barroca es la capilla de Santa Teresa, encargada por el cardenal Salazar y realizada según los diseños de Francisco Hurtado Izquierdo. Se comenzó en 1703 y en su terminación se ha señalado la presencia de Teodosio Sánchez Rueda. La capilla es de planta octogonal, con grandes pilastras y decoración de yeso con formas vegetales muy volumétricas, jugando con los claroscuros del relieve, pues se dejó toda la decoración arquitectónica de la capilla en blanco. La santa titular de la capilla es obra del granadino José de Mora y se incluye en un retablo con cierto gusto ya neoclásico. Para la capilla Acisclo Antonio Palomino realizó tres grandes lienzos con temática cordobesa: La aparición de San Rafael al venerable Roelas y al obispo Fresneda, El martirio de San Acisclo y Santa Victoria o los Santos mártires cordobeses y La rendición de Córdoba a San Fernando. También se incluyeron en la decoración de la capilla dos lienzos atribuidos a Pedro Atanasio Bocanegra, pintor granadino de la órbita de Alonso Cano, en los que realiza una Inmaculada Concepción y una Asunción de la Virgen. Se completaba la capilla con el sepulcro del cardenal, diseñado por Hurtado Izquierdo.
Por todo esto que hemos expuesto defendemos la integridad de los edificios históricos. Esta idea es profundamente conservadora, pues esa debe ser nuestra postura para con el patrimonio. El pasado nos ha enseñado que las limpiezas y la búsqueda de estilos puros crean pastiches tan abominables como lo pueda ser esta mezquita-catedral para cierto experto en arquitectura.
Os dejo con algunos reblos y detalles fascinantes de la mezquita-catedral cordobesa, espero os gusten, como a mí.
Helllo mate great blog post
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