HISTORIA DEL ARTE Y SEMANA SANTA: ¿UNA RELACIÓN CONFLICTIVA?

Cuando uno mira a las obras de arte con los ojos de un Historiador, en ellas ve por un lado el reflejo de la época en la que se realizaron: nos cuentan cómo y para qué se utilizaban, qué tipo de personas las encargaba y para qué, qué mentalidad reflejan… Son dato muy importantes porque nos ayudan a entender una época y cómo desde ésa se ha evolucionado hasta la nuestra. Pero además la obra de arte tiene su propia «historia», su transcurrir en el tiempo, sus cambios de apreciación y valoración y su sometimiento a las modas y los gustos. Recuerdo cómo en ese devenir de las modas y las apreciaciones se puede uno sorprender cuando le cuentan que la obra más valorada del Museo del Prado, si exceptuamos a Velázquez, en la década de los sesenta del siglo pasado era la Última Cena del valenciano Juan de Juanes, mientras que en la década de los noventa era posiblemente El Descendimiento de Rogier van der Weyden.

Por todo ésto, nuestra apreciación de las obras de arte pueden ser cambiantes. Se da la circunstancia que por la tradición histórica hispánica, en nuestros lares tenemos un inmenso patrimonio histórico-artístico y cultural de tipo religioso, siendo especialmente numeroso aquél que se realizó con intención de crear verdaderas manifestaciones masivas de Fe: las procesiones.

Ntra. Sra. de los Dolores. Herencia (Ciudad Real)

Como Historiador del Arte, con vocación de conservación, todas las Semanas Santas sufro. Este sufrimiento viene dado por los peligros que la exposición a los fenómenos atmosféricos y otras incidencias, pueden sufrir verdaderas obras de Arte como son en muchos casos las tallas que procesionan  en toda nuestra geografía. Entiendo el sentimiento de las personas que forman las cofradías y hermandades, entiendo su ansia de participar, pero me parece tan peligroso como pasear las Meninas por la calle… Para muestra un botón: el magnífico Jesús del Gran Poder sevillano de Juan de Mesa, realizado en 1620, ha sufrido en su policromía su utilización como paso procesional (ver aquí).

Pero no es de ésto de lo que yo quería hablar, sino de otra anécdota de mis años de estudiante. Durante el curso 2000/2001 realicé los cursos de doctorado en el departamento de Historia del Arte II (Moderno) en la Universidad Complutense de Madrid.

Uno de los cursos en los que me matriculé era sobre platería, en especial le interesaba a la profesora (de la que mantendré el anonimato) las relaciones entre la platería peninsular y la platería americana, tanto novohispana como del Perú. Para la calificación del curso había que hacer un estudio de algunas piezas de platería, el trabajo podía hacerse en grupo, así que busqué a un compañero con el que realizarlo y la profesora nos pasó información sobre una custodia americana que estaba custodiada por particulares en un pueblecito de otra provincia. El problema es que los particulares estaban ilocalizables y el tiempo pasaba, no conseguíamos concertar una cita y que nos mostraran la pieza. Con el agobio final de los plazos y ante la amenaza de no superar la asignatura sin el trabajo de rigor buscamos otra baza. Intentar estudiar una magnífica custodia de plata también de origen americano que se encontraba en la Catedral de la Almudena de Madrid.

Nuestra rocambolesca historia no había nada más que comenzado. La susodicha pieza estaba expuesta en la capilla del santísimo metida dentro de una horrenda urna de cristal y aluminio dorada y «frita» por unos potentes halógenos. Era imposible sacar la pieza porque la urna de cristal no estaba fijada a un enorme bloque de piedra de unos dos metros de altura que servía de pedestal de la custodia. Sin acceder a la pieza no podríamos buscar las marcas del platero por lo que el estudio era imposible.

Aún así nos pusimos en contacto con un responsable de patrimonio de la Archidiócesis de Madrid, para intentarlo. El responsable nos conminó a que intentáramos el estudio de piezas que estuvieran sin catalogar y nos recomendó acudir al día siguiente a la parroquia de San Ginés de Madrid, donde él mismo daba misa. La visita fue alucinante, nos enseñó todas las piezas que custodiaba esa parroquia, nos bajó a los sótanos y por supuesto nos enseñó las piezas de platería que estaban sin catalogar. Nos prometió el oro y el moro: un enorme campo de investigación dentro del patrimonio artístico de la diócesis. Pero él quería ver en nosotros una contraprestación: quería que saliéramos procesionando en la Semana Santa madrileña, vestirnos algo así como de sota de bastos para acompañar a no recuerdo qué hermandad con un Cristo Crucificado y una Dorolorosa.

Personalmente no me apetecía nada tener que pasar por ese trago, no tengo nada en contra de las procesiones, las suelo ver como espectador porque son todo un despliegue de concepto barroco, pero hace muchos años que entendí que la religiosidad popular había transformado en ídolos de madera y color a esa fantásticas tallas. Pero ¿cómo se puede denegar una invitación de tal calibre sin ofender al señor cura? fácilmente, aduciendo que ya estábamos comprometidos en esas fechas con otras procesiones: mi compañero era de Sevilla y yo comenté que tenía que sacar al Cristo de mi pueblo manchego, que lo hacíamos por tradición familiar. No era mentira del todo, era una media verdad.

Las piezas estudiadas fueron un Cáliz limosnero, una Cruz procesional y la Custodia de sol: 

El Cáliz de base circular formado por tres superficies, con juego de cóncavo convexo, donde se hayan las inscripciones de la donación. Astil abalaustrado con nudo con forma bulbosa, copa ligeramente acampanada. Cáliz perteneciente a los llamados cálices limosneros, que respondían a la costumbre desde Carlos I de donar los tres cálices que se realizaban en plata para la ceremonia de la misa de epifanía en el Palacio Real. Desde el reinado de Felipe IV, la figura del limosnero se asocia al Patriarca de las Indias, en este caso Ventura de Córdova. La inscripción nos fecha la custodia en 1764, por lo que estaría realizada el año anterior, es decir 1763, ya que la ceremonia de la epifanía es el 6 de enero, forzosamente debe de estar acabado antes.

La Cruz procesional fechada en 1813, está dentro de las decoraciones tipo imperio, de origen francés, que se impusieron en los últimos años del reinado de Carlos IV, y se van a continuar en el de su hijo Fernando VII, el artífice debe de ser el platero de corte, Manuel Ignacio Vargas Machuca, siendo el marcador de Madrid Pedro Ignacio Colomo, en el cargo desde 1803 hasta 1815.

La custodia tien un pie de planta rectangular con cuatro apoyos de forma avolutada, con decoración de rocalla combinada con decoración floral realizada en plata en su color, con un juego rico en policromía, pues también destacan dentro de la plata dorada, el pulido y cincelado y el picado de lustre, todo ello dentro de un gusto por el contraste, en una pieza de una calidad excepcional. El astil abalaustrado, con un nudo bulboso con decoración de rocalla y picado de lustre, donde asienta una nube en plata en su color, con dos ángeles, también de plata en su color, que juguetean alrededor de unos sarmientos, realizados de forma muy naturalista. El viril o expositor, lleva una corona de diamantes rodeándolo, aumentando si cabe el valor de la pieza. Alrededor nubes con cabezas de querubín, y desarrollo de decoración vegetal de pámpanos, racimos y espigas de trigo en una clara alusión iconográfica a la eucaristía, realizados con una finura y delicadeza inusitadas, contrastando la plata dorada de los elementos vegetales con la plata en su color de las nubes y cabezas de querubín, los elementos vegetales están resueltos de una forma muy exquisita, labrándolos con gran delicadeza. La corona de rallos de sol, agrupados en haces, tiene perfil estrellado, dando un toque decorativo, jugando con los diferentes largos de las varillas. Remata una nube con dos angelitos pequeños cabalgando sobre ella, y una cruz con incrustaciones de diamantes. El estado de conservación de la pieza es también excelente, no detectando ninguna falta de elementos decorativos, ni de la pedrería que la decora.

El señor nos dejó estudiar las piezas y presentamos nuestro trabajo in extremis que nos valió para obtener una calificación se sobresaliente. De las promesas que nos hizo y de las ilusiones rotas al comprobar que no se terminaban de materializar ya casi ni me acuerdo.

Feliz semana de pasión a todos.

3 Comentarios Agrega el tuyo

  1. davidguty77 dice:

    Magnifica entrada y un sentimiento compartido como amante del barroco pero visto desde un punto de vista de historiadordel arte y antropológico. Mi opinión es un poco diferente, disfruto ver una pieza barroca procesionarla porque de esa manera se sigue manteniendo la función para las que fueron creadas, para su devoción y procesión y eso es para mí seguir viviendo el barroco en su esencia. Eso sí, también soy partidario de que procesionar estas obras de arte exige por parte de las cofradías un cuidado extremo para conservarlas. De igual manera que no podemos encerrar una catedral en un bloque de cristal para conservarla y sí extremar las medidas para no deteriorarla entiendo que tampoco se puede hacer con una imagen procesional. Por cierto, las Meninas no fueron creadas para procesionarlas ni pasearla. Dicho esto, es solo una opinión que no desmerece para nada tu magnífico post. Un abrazo

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  2. Mónica dice:

    Interesantísimo el tema que abordáis, sin duda, y que me toca de lleno. Yo me licencié en Historia e Teoría del Arte en la UAM y realicé mis cursos de Doctorado en el Dpto. de Moderno también. El tema del TII (la antigua tesina) un escultor del período clasicista anterior al barroco sevillano: Andrés de Ocampo. Mi poco humilde intención con la tesis era hacer una revisión del gigante Martínez Montañés, intocable desde Hernández Díaz y al que nadie acudía más que tangencialmente por una especie de temor reverencial a la memoria del difunto historiador.
    Permanecí en Sevilla becada durante seis meses y tuve experiencias de todo tipo, joyas que permanecían arrumbadas cubiertas de polvo, policromías que desaparecían bajo sabrosas capas de suciedad histórica, párrocos que pretendían que pagase por fotografiar el retablo mayor (Santa María de Arcos de la Frontera), obras perfectamente conservadas bajo la luz de quirófano del Museo pero que, descontextualizadas y extirpada su función, se convertían en bellísimos cadáveres de lo que fueron… Curiosamente fue su única imagen procesional, el Crucificado de la Fundación (de la Hdad. de los Negritos) la excepción a este desastre: la talla estaba cuidada, conservada con esmero, bajo la atenta mirada siempre del IAPH y además seguía manteniendo la misma esencia que en el siglo XVI, seguía «moviendo a devoción» según dictaba Trento.
    Como historiadora, sufro al ver una imagen como Jesús de Pasión (Montañés) en la calle, pero también confío en el criterio de las Hermandades que ponen todo su esfuerzo en conservar este patrimonio porque precisamente es lo que les da su razón de ser, es su piedra angular y, por lo que he podido comprobar durante muchos años, suele ser también un seguro de vida para las imágenes.
    Es un debate apasionante, no hay duda, pero a día de hoy creo que me decanto por el decoro siempre y cuando el estado de conservación de la obra lo permita.
    Excelente, excelente artículo!

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    1. cipripedia dice:

      Querida Mónica, me alegra que te haya gustado el post y el debate que pretendía crear con él. Estoy de acuerdo contigo en todo. Gracias sinceramente porque es un gusto ver gente interesada en el Arte y la cultura. Un saludo.

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