Cuando abrí este blog mi intención era aprender. Muchos ya me conocéis por redes sociales y sabéis de mis colaboraciones en otros medios, fundamentalmente en el blog InvestigArt y en la revista digital El Ballet de las Palabras. En ambos casos mi labor al principio, bueno y al final también, era mandar los textos y las imágenes. Del montaje y la adecuación de los mismos al formato de blog y de revista digital se encargaban mis compañeras: Gloria de InvestigArt y Patricia de El Ballet de las Palabras, a las que desde aquí quiero agradecer y reconocer su labor titánica.
Pues bien, quería aprender a hacerlo yo mismo: a poder montar un blog, a meter las fotos y los títulos… esas pequeñas cosas que me parecían imposibles hace un año. Y usando textos ya escritos para la revista, que ahora podía desarrollar un poco más e incluir mayor número de imágenes. Por otro lado, las ideas más alocadas que se me ocurren para posibles post o artículos, y que creo que no encajarían bien en InvestigArt, aunque he de reconocer que tengo toda la libertad del mundo para publicar en el blog, aquí podrían tener cabida.
Y, sin pensarlo, lancé el blog un viernes de noviembre, que casualmente era no lectivo y por ello pude retocar dos textos que había publicado anteriormente en la revista y añadirle alguna foto más. Y de repente ya tenía un blog personal y una responsabilidad más… publicar los viernes.
Con el ajetreo del final del primer trimestre (muchos sabéis también que en realidad yo soy profesor de enseñanza secundaria en la Comunidad Autónoma de Madrid) los siguientes post han salido <<como churros>> de textos previos que ya tenía escritos y que sólo requerían una pequeña actualización y una búsqueda de fotos. Pero he tenido poco tiempo para reflexiones más personales, que es quizás el objetivo primero de tener un segundo blog.

Y entonces me entró la necesidad de contar mi acercamiento al estudio del Barroco y sí, esto que vais a leer es toda una anécdota al puro estilo abuelo cebolleta:
No recuerdo con exactitud el año, pero sería entorno a 1998 o 1999 cuando una amiga se enteró que habían cerrado una librería especializada en libros de fotografía y arte. Sus fondos se estaban malvendiendo con un descuento brutal en una especie de local que pertenecía a una entidad financiera cerca de la plaza de Chamberí en la Villa y Corte de Madrid. Sin pensarlo dos veces, acudí allí con esta amiga y otras conocidas de ella. Era un auténtico paraíso de los amantes de los libros, entre los que yo me incluyo. Mi condición de pobre estudiante era acuciante por aquellos años y debía elegir muy bien qué libro decidía adquirir, pues aunque estaban realmente de saldo, no dejaban de ser un buen mordisco a mi pobre asignación mensual. Y de repente lo vi, pasaba desapercibido porque no era un libro para llamar la atención, su portada austera no reflejaba su riqueza interior, era el catálogo de la exposición Filippo Juvarra celebrado en las salas de exposiciones temporales del Palacio Real de Madrid en 1994, estaba editado por Electa y originalmente costaba 8.000 de las antiguas pesetas, pero que con un descuento del 70% pasaba a 2.400 pesetas (14,42 € para aquellos que no hayáis conocido los dorados años anteriores al euro). Como en una peli de acción, vi que desde el otro lado de la sala alguien también lo miraba y como alma que lleva el diablo lo agarré y lo abracé, éste no se me escapaba por nada del mundo. Fue mi única compra de ese día, pero ¡qué compra!

Dos cosas hacían de este libro algo excepcional para mí. La primera, el asunto que trataba: la carrera del arquitecto mesinés Filippo Juvarra, al que los seguidores del InvestigArt debéis de conocer bien (ver aquí) además de haber protagonizado un post aquí. La segunda, los autores de los textos del catálogo eran para mí nombres importantes de la Historia del Arte: Antonio Bonet Correa, Beatriz Blasco Esquivias y Virginia Tovar Martín (entre otros). Cuando, con detenimiento, leí los textos de ese catálogo y vi sus magníficas fotografías, descubrí un mundo que a priori ya me atraía: la arquitectura barroca.
En el último año de licenciatura obtuve una Beca Colaboración del Ministerio de Educación y Ciencia, por la que tenía que realizar un proyecto en el Departamento de Historia del Arte II (Moderno) bajo la supervisión de su entonces directora Virginia Tovar Martín. Ese año me trajo dos cosas buenísimas: descubrí el aspecto de investigación, asociado a la Historia del Arte y conocí a una investigadora excepcional con la que ahora tengo una estupenda relación de amistad: Gloria Martínez Leiva, directora y fundadora de InvestigArt.

La doctora Tovar fue la primera que puso en mi cabeza la idea de continuar con los estudios de posgrado e iniciar el doctorado. En una conversación que nunca olvidaré, me motivó para buscar un tema y un director para una posible tesis. En ese momento lo tuve claro, quería escribir como lo había hecho Beatriz Blasco en el texto del catálogo de Juvarra. Así que entré en conversaciones con ella. Las charlas con Beatriz han sido de lo más estimulante de mi vida académica. Tras esas charlas fui perfilando mis intereses: Madrid, arquitectura, barroco, siglo XVII… y acabé llegando a la figura de Sebastián de Herrera Barnuevo, a la que dediqué mi trabajo de investigación de doctorado (tesina), que presenté en el año 2002.
Si queréis acercaros al Barroco de forma amena y comprobar lo bien que escribe Beatriz Blasco, recomiendo su libro Introducción al arte barroco. Si además queréis conocer su profunda labor investigadora os recomiendo: Arquitectos y tracistas.
Desde entonces, me he dedicado a intentar compatibilizar mi investigación con la docencia, que es mi profesión. En ambos campos, he tratado de mostrar las bondades y excelencias de un movimiento artístico que ha estado denigrado y denostado durante mucho, quizás demasiado, tiempo. Con una buena didáctica se puede, si no apreciar, sí valorar en su justa medida y contextualizar una producción que siempre es rica y estimulante.
A todos los detractores del Barroco simplemente les pido apertura de mente. Cuando alguien utiliza como justificación de su rechazo el argumento, manido ya, de que el Barroco es recargado y lleno de dorados les muestro la foto del interior de Sant’Ivo alla Sapienza de Francesco Borromini… no hay un único Barroco, siempre hay algo del mismo que nos puede gustar o atraer. Podemos odiar a Rubens, a Rembrandt, a Vermeer, a Velázquez… pero no a todos a la vez, siempre vamos a encontrar un estilo, un lugar, un momento donde el Barroco se acerca a nuestra sensibilidad y gusto. Pero además de todo eso el Barroco ha de entenderse como reflejo de una época y valorarse así, porque quizás hemos dado demasiada importancia al gusto y necesitamos darle más importancia al conocimiento, nos cause mayor o menor atracción.
Así que me propongo -en la medida de mis limitadas capacidades y herramientas- que no tengamos: #NiUnDíaSinBarroco.
El Barroco tiene contraída una deuda contigo, como se adeuda a quien te ensalza en tus virtudes cuando son desconocidas. Enhorabuena por el blog y ánimo para sacar huecos para seguir publicando,
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Gracias, me vais a sonrojar… Es un gusto saber que hay alguien leyendo y apreciando la labor de difusión de la cultura, eso sirve de estímulo a cualquiera. Agradecido y emocionado
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A mí también me gusta El Barroco.
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Gracias por tu comentario, Estrella.
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Enhorabuena. Un hallazgo este blog.
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Muchas gracias Carlos.
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