Cada 2 de mayo los madrileños celebran el día de su comunidad autónoma, recordando un día significativo en el papel del pueblo de Madrid en la Guerra de la Independencia: el 2 de mayo de 1808.

Vamos a hacer un recorrido por alguna de las representaciones artísticas de este acontecimiento histórico. Lo primero es el contexto. La Guerra de la Independencia es seguramente el acontecimiento que inserta a nuestro país en la edad contemporánea.

Todo lo acontecido dentro del dos de mayo podría inscribirse dentro de la tradición de una revuelta popular, parecida al Motín de Esquilache, por ejemplo, acaecido en marzo de 1766 durante el reina de Carlos III. Es decir un levantamiento espontáneo de las clases populares ante el descontento por las malas condiciones de vida. En aquel caso el detonante fue el decreto de prohibición del uso de capas largas y sombreros de ala ancha.

En el caso del dos de mayo, las causas venían por el descontento de la población de Madrid ante la presencia de tropas francesas en la capital, en cumplimiento del tratado de Fontainebleau, el problema es que la tensión ante la presencia francesa estaba convirtiendo la convivencia madrileña en una olla a presión. El detonante fue la marcha, esa mañana del dos de Mayo, del último miembro de la casa real, el infante Francisco de Paula, hacia Bayona, para reunirse con los demás miembros de la familia que ya estaban allí, tras los disturbios del motín de Aranjuez.
Precisamente el motín de Aranjuez no nos puede servir como modelo del dos de mayo, pues no fue un levantamiento popular espontáneo, sino orquestado por el Príncipe de Asturias y un grupo de nobles, contra la figura de Manuel de Godoy, estos incitadores llevaron a la ciudad ribereña a gentes de la capital que son los que movieron al motín.
Una vez que se inician los disturbios del 2 de mayo, se precipitan los acontecimientos y comienza la Guerra de la Independencia. Este hecho, que la guerra comenzara, no por la declaración oficial de los poderosos, si no como respuesta del pueblo ante la sensación de opresión de un ejército extranjero, hace que el hecho fuera propicio para la construcción de la memoria colectiva. De tal manera que será aprovechado en diferentes momentos del siglo XIX, como motivo para obras de arte, que recordaran el hecho y pudieran así obtener medalla en las exposiciones temporales.
El mejor ejemplo son las obras más icónicas sobre los sucesos de Madrid. El 2 y el 3 de mayo pintados por Francisco de Goya. Lo primero es señalar que Goya no pintó estas obras motu proprio, en los sistemas artísticos hasta el siglo XIX, nadie lo hace y menos cuadros de este calibre y tamaño. Los cuadros son un encargo que le hace el consejo de Regencia en 1814 para regalar a Fernando VII. El consejo estaba presidido en esas fechas por el cardenal don Antonio de Borbón, hermano de la Condesa de Chinchón, hijo del infante don Luis Antonio Jaime.
El objetivo del encargo era doble, por un lado socorrer la mala situación económica del pintor aragonés, en esos momentos, por otro lado limpiar su nombre, ya que su labor durante el gobierno del rey intruso le comprometía a ojos de un Fernando VII que parecía que no iba a perdonar tan fácilmente la colaboración con el anterior régimen, pese a lo firmado en el tratado de Valençai.


Las obras de Goya son de una crudeza impactante, trabaja con una libertad inusitada para un pintor que estaba tan comprometido en ese momento y eso es digno de elogio, pero los académicos decimonónicos más bien lo criticaron y no entendieron el espíritu ilustrado del artista:
«Pienso, si además, no habrá ya en la violencia terrible de la Carga de los mamelucos, una posibilidad de doble lectura, análoga a la que se expresa tan bien en la estampa de los Desastres de la guerra, titulada Populacho, en la que, con toda evidencia, se subraya también la crueldad ciega de los «héroes» españoles, tan reprobable como la de los franceses.»
Pedro de Madrazo.
Si comparamos las obras de Goya, con un encargo similar, El hambre de Madrid en 1810 de José Aparicio que se conserva en el Museo de Historia de Madrid, podemos ver cómo desde un origen común, Aparicio es menos crítico y busca más ensalzar el heroísmo de los madrileños.
Desde estos ejemplos de Goya, el estilo en el siglo XIX variará hacia un lenguaje o más épico o fijándose en detalles anecdóticos que sirvan a los artistas para trabajar efectos de luz, sombra, humo… Según avance el gusto y el lenguaje de la pintura de historia.
Si os interesa algún detalle más, hace un año me entrevistaron en la radio para hablar de este tema: