Estoy tratando de desgranar alguna de las historias que cuento en mi primer libro: Sobre el pedestal. La construcción de la memoria y sus monumentos. Es cierto que aunque la intención de este libro es tratar de manera lo más global posible, del fenómeno de los monumentos públicos y cómo estos se hacen para ensalzar valores e ideales que representan a las sociedades, o los grupos, que mandan erigirlos. Pero a la vez soy consciente de que suelo usar como ejemplos, los más cercanos a mí. Por eso siempre tuve en la mente contar la historia del monumento al Sagrado Corazón que se erigió en un cerro testigo ubicado en el término municipal de Getafe y que además era un lugar de peregrinación por tener un templo dedicado a una advocación mariana (la historia de la ermita de la Virgen de los Ángeles la contamos aquí).

En el capítulo 9 del libro: Acción y reacción. «De esos polvos, estos lodos», hablo sobre la destrucción de monumentos públicos en el siglo XX, asociados a revueltas populares, como la quema y destrucción de iglesias y monumentos religiosos que se producen en 1931 con la proclamación de la república y en 1936 con el estallido de la Guerra Civil (ver aquí). En ese contexto es en que que me parecía interesante contar destrucciones de monumentos a monarcas hispánicos en ese primer acontecimiento o esta otra historia que quiero traer a colación y que está relacionada con el otro símbolo al que se asociaba la monarquía y el sistema político tradicional que estaba en crisis: la religión.

En 1936 con el triunfo del Frente Popular se estaban crispando y radicalizando las ideas que iban a detonar en la sublevación militar y tras el fracaso de esta, en el inicio de la Guerra Civil. En ese clima se produjeron en las zonas que quedaron bajo mandato del gobierno de la República muchos altercados de índole anticlerical. En realidad, manifestaciones de iconoclasia parecidas a algunos fenómenos que narro en el libro y que se produjeron en el pasado. En la ciudad en la que vivo, se había realizado unos años antes un monumento nacional dedicado al Sagrado Corazón de Jesús, una advocación de Cristo impulsada por el papa León XIII en el Año Santo de 1900 y que se acogió con entusiasmo por parte de los católicos españoles. En 1911 se inició la campaña de recolección de fondos para erigir este monumento y se pensó en el Cerro de los Ángeles, de Getafe, una pequeña colina desde la que se divisaba todo el territorio del valle del Manzanares y que ya notaba con una ermita del siglo XVII.
El lugar se consideraba el centro geográfico de la península ibérica, lo que cargaba todavía más de significado al monumento, que contaba con el beneplácito de la Casa Real. La idea era que pudiera ser visto desde grandes distancias, sobre todo desde Madrid, por lo que tenía una altura total de 28 metros, incluida la figura, que se alzaba a 9 metros desde el plinto. La obra fue un trabajo del arquitecto Carlos Maura Nadal y el escultor Aniceto Marinas, este último autor, por ejemplo, de la escultura monumental dedicada a Velázquez y que hoy preside, en el exterior del Museo del Prado, la puerta homónima que da al paseo del Prado.
El monumento se organizaba en un alto pedestal, casi como un obelisco truncado, coronado por la figura del Sagrado Corazón, con dos grupos de figuras que se acercaban a él desde ambos lados. Uno representaba la «Humanidad santificada» y el otro, la «Humanidad que tiende a santificarse». En el primero, se incluían figuras como santa Margarita María de Alacoque, san Agustín, san Francisco de Asís, santa Teresa de Jesús, santa Gertrudis, el beato Bernardo de Hoyos y san Juan Evangelista. En el segundo grupo, ubicado a la izquierda del monumento, se representaba el camino hacia el cielo a través de la práctica de la caridad, el amor, la humildad y el arrepentimiento. La caridad estaba simbolizada por una hija de san Vicente de Paúl y cinco niños guiados por ella. Otro grupo de cinco figuras personificaba la Virtud y el Amor, siendo la primera representada por una joven de alta alcurnia y una niña con traje de primera comunión, y el segundo por un hombre y una mujer del pueblo sosteniendo a un niño en brazos. Todo ello realizado en piedra caliza de la zona de Levante. Todo el sentido iconográfico estaba en la línea de que la sociedad de principios de siglo se viera reflejada en todas estas figuras que se encaminan hacia la figura de Cristo.

El monumento fue inaugurado por Alfonso XIII, acompañado por todas las autoridades nacionales y eclesiásticas un 30 de mayo de 1919. La asistencia gubernamental fue completa, con la presencia destacada del presidente Antonio Maura. Del lado de las autoridades eclesiásticas, participaron 23 prelados, liderados por el nuncio Francos Ragonesi, el cardenal primado Victoriano Guisasola y Menéndez, y el obispo de Madrid-Alcalá Prudencio Melo y Alcalde. Después de la celebración de la Eucaristía en el altar situado al pie del monumento, Alfonso XIII procedió a su inauguración solemne, consagrando a España al Sagrado Corazón de Jesús.




En 1936, un grupo de milicianos republicanos organizaron el fusilamiento del monumento y su posterior destrucción, primero a martillazos y luego con dinamita. Como getafense, conocía la presencia de los restos de este primitivo monumento, que se colocarán en el mismo cerro, como vestigio y recuerdo del acto de destrucción (o profanación) del antiguo monumento, pero la historia de la simulación de fusilamiento, que fue grabada y difundida en su momento, la cuenta también Luis Buñuel en sus memorias, pues es un acontecimiento que conoció y se usó como elemento de propaganda por parte de ciertos grupos del bando republicano.




Durante el propio conflicto bélico y en los primeros años de la dictadura se usó la imagen del monumento al Sagrado Corazón como propaganda del bando nacional y relacionándolo con la idea de cruzada, que daba así respuesta a una de las familias que formaba el complejo sistema del franquismo.

Tras el fin de la guerra, se decidió su reconstrucción, pero aumentando su tamaño, incluyendo en la base o pedestal un edificio que funciona como basílica y construyendo también toda una explanada empedrada y como hemos comentado, dejando los vestigios del antiguo enfrente, a modo de recordatorio del acto de destrucción. Para la arquitectura se recurrió a un lenguaje clasicista, con arcos y empleo de granito que recuerda al lenguaje de la Cruz de los Caídos en Cuelgamuros. Se inició en 1944 y los arquitectos encargados de su reconstrucción son Pedro Muguruza, el mismo arquitecto de la Cruz, y Luis Quijada. El nuevo monumento iba a tener una escultura de 11 metros de altura y el pedestal de 26. La escultura de Cristo se encargó de nuevo a Aniceto Marinas y los grupos escultóricos a los pies pasaron de dos a cuatro, realizados por Fernando Cruz Solís. La idea era mantener una iconografía semejante al monumento original, pero en este se incluyeron los personajes de la historia de España que el régimen franquista quería ensalzar y usar como propaganda del nuevo Estado. Los conjuntos frontales simbolizan la España misionera y la España defensora de la fe, mientras que los posteriores personifican la Iglesia militante y la Iglesia triunfante. Estas dos últimas representaciones mantienen las figuras originales, aunque dispuestas en un orden diferente. El primer grupo incluye a Isabel la Católica, Cristóbal Colón, Hernán Cortés y fray Junípero Serra. El segundo grupo está compuesto por Osio, obispo de Córdoba, Don Pelayo, Diego Laínez, Juan de Austria y el beato Anselmo Polanco. El tercer grupo presenta a la Caridad, encarnada por una religiosa guiando a niños, la Virtud, representada por una niña con flores y otra vestida como niña de primera comunión, el Amor, personificado por un hombre y una mujer del pueblo con un niño en brazos, junto con un hombre desnudo que se dirige hacia Cristo. El cuarto y último grupo está conformado por san Agustín, san Francisco de Asís, santa Margarita María de Alacoque, santa Teresa de Jesús, santa Gertrudis y el beato Bernardo de Hoyos. El monumento se hace acogiendo en su interior una basílica, de tal manera que queda consagrado y con uso religioso. Será el propio general Francisco Franco quien lo inaugurará el 25 de junio de 1965, dándose buena cuenta de ello en la prensa de la época y en nodo.








Al igual que la cruz de Cuelgamuros se ha convertido en el símbolo de la pervivencia de la dictadura franquista y sus símbolos en la sociedad actual y se está debatiendo sobre como resignificar este monumento, no está pasando lo mismo con monumentos como el del Sagrado Corazón en Getafe, seguramente porque la carga ideológica de este es mucho menor que aquel, pero en cualquier caso sus vicisitudes y actual pervivencia dicen mucho de nuestra sociedad. El monumento se convirtió en un símbolo para la ciudad de Getafe, que hará que se aluda a él en el escudo municipal, junto con la otra proeza que siempre se quiere resaltar en la historia de este municipio que es su papel en el desarrollo de la aviación en España.
BIBLIOGRAFÍA:
https://www.todostuslibros.com/libros/sobre-el-pedestal_978-84-460-5630-0



