SOROLLA EN NEGRO. FUNDIDO A LUZ

La Historia del Arte, como casi todas las disciplinas, está llena de lugares comunes, de ideas preconcebidas, que se perpetúan en los discursos que se emplean para acercar los artefactos creados en el pasado a los observadores del presente. Es normal, es la necesidad de sistematizar y poder encajar esas piezas en el puzle del relato que explica la evolución de las formas. En ese sentido las etiquetas, siendo necesarias, acaban siendo también un lastre.  

Cuando uno se acerca a un pintor “conocido”, sobre todo cuando es conocido por el gran público, esas etiquetas y lugares comunes, esas ideas preconcebidas, acuden tan rápido como su nombre resuena en nuestra cabeza. Es lo que pasa con el valenciano Joaquín Sorolla, que según leemos u oímos su nombre, irremediablemente viene detrás la coletilla: “el pintor de la luz” … 

Por eso ha sido una verdadera sorpresa, por otro lado, una muy grata sorpresa, encontrarnos con el título de la nueva exposición que el Museo Sorolla de Madrid dedica al pintor: Sorolla en negro (11 de julio de 2022 – 27 de noviembre de 2022). Como si fuera un oxímoron, este título parece una provocación, hablar del uso del negro por parte del pintor de la luz, como si tal cosa pudiera ser posible. 

Aquí es donde esas etiquetas y lugares comunes entran en combate con el discurso de la exposición que ha comisariado brillantemente, Carlos Reyero, Catedrático de Historia del Arte y exdirector del Museo de Bellas Artes de Valencia.  

Pero antes de entrar en la impresión que me ha causado la exposición del pintor valenciano, vamos a analizar esas etiquetas. Para muchos, la figura de Joaquín Sorolla se relaciona con el movimiento impresionista, de tal forma que incluso se usa ese calificativo al pintor. Sin querer genera polémica, soy poco amigo de usar el término impresionista con ningún pintor que no formara parte de la exposición en el estudio del fotógrafo Nadar, en abril de 1874. En mi cabeza sólo nombres como Monet, Renoir, Morisot, Pissarro, Degas o Sisley son los que asocio a ese movimiento que tanto revolucionó la pintura de finales del siglo XIX en París.  

¿Por qué se usa entonces el término con Sorolla? Esta es una buenísima pregunta, que plantea una complicada respuesta. Es cierto que en Sorolla podemos ver elementos coincidentes con el movimiento impresionista francés: la preocupación por la luz, y sus diferentes tonalidades, el plenairismo (pintar al aire libre), la influencia de la estampa japonesa y la fotografía… Pero Sorolla es un pintor cuya carrera está dentro de las instituciones académicas españolas, su formación es la formación típica de un pintor español de su época y cultivó los mismos temas y formatos que los demás pintores académicos.  

Sorolla además fue un pintor que triunfó en vida y pudo disfrutarlo, algo que lo aleja más si cabe, del mito del pintor impresionista.  

Pero volvamos a la exposición que nos propone el Museo Sorolla: Sorolla en negro. Lo primero que pensé al leer el título es que era una exposición para derrumbar ese tópico sobre el “pintor de la luz”, porque Sorolla es eso y es mucho más (Ya pudimos comprobarlo con otras exposiciones del citado museo como la sorprendente Sorolla. Tormento y devoción (12 de julio de 2021 – 9 de enero de 2022)) Sorolla es un pintor que hace grandes cuadros de Historia, cuadros de temática social, cuadros religiosos y muchísimos retratos, reducir su producción a las escenas valencianas y a los paneles de la Hispanic Society es reducir mucho su producción.  

Por otro lado, al ver el término negro, me acordé por un lado de la tradición española y el uso del negro dentro de esa tradición, muchos ya conocéis la historia del negro ala de cuervo y el estatus social que suponía su utilización por los monarcas y nobles españoles desde el siglo XVI y cómo eso vino a determinar el retrato español hasta bien entrado en siglo XIX. Por otro lado, me acordé del bueno de Manet, el único pintor que solemos asociar al impresionismo, pero que él mismo tomó distancias con el grupo y que usaba el negro, casi como seña de identidad, como marca para diferenciarse del resto del grupo, que influidos por las teorías del color de Chevreul, no usaban el negro para sus sombras.  

El comisario, al iniciar su explicación en salas, nos comentaba, que para él era una exposición que hablaba del color, porque el negro es un color. También de la enorme carga simbólica que tiene el negro y del uso que culturalmente se hace de este color también: el color del luto, pero también el color de la elegancia. Con esas ideas quería crear un relato en el que el espectador se encuentre un Sorolla diferente, pero a la vez un pintor interesante que merece ser contemplado en calma. De tal forma que el montaje, los textos introductorios de las salas y las propias cartelas sirvan para que el contemplador cree su propio discurso y salga de esas ideas preconcebidas sobre el pintor.  

La exposición, dividida en cuatro espacios, los mismos que salas tiene el museo para las exposiciones temporales, nos invita a contemplar cómo se juega con los diferentes negros y las gamas de grises en la primera sala, bajo el título de Armonías en negro y gris. 

De esta sala cabe destacar, por un lado los retratos familiares, aquellos en los que Sorolla no se debe al gusto del cliente, que quiere retratos de aparato, sino al gusto personal del pintor. En los retratos de las mujeres de la familia siempre quiere destacar la elegancia y la sobriedad en el empleo de los recursos pictóricos, haciendo cuadros casi en dos colores. También los retratos que hace a las personalidades culturales como son el soberbio retrato de Echegaray con su intimidad fumando o el retrato de Cossio, en el que vemos un guiño al Greco. 

En la segunda sala, Negro simbólico, tenemos el acercamiento a la pintura social, con su famosa obra Trata de blancas en la que el negro de la celestina simboliza el mal.

En el siguiente espacio Superficies negras y oscuras, encontramos algunas de las obras que más nos han sorprendido de la visita, especialmente interesantes son los estudios de sombras en la playa, donde el objeto protagonista del cuadro está ausente y se hace presente por su sombra.  

También se expone un álbum de estampas japonesas que perteneció a Sorolla y de dónde aprendió la utilización plana del negro y el contraste que podemos ver en el sorprendente cuadro Tres madrileñas

El cuarto y último espacio, Monocromías, juega con el concepto de las obras sin color, destacando sus vistas de la playa de Valencia en día gris, tan alejadas de las escenas a las que estamos acostumbrados del pintor.  

Aunque parecía que todo iba a ser un oxímoron, resulta que el negro ha servido para dar luz a un pintor que merece ser mejor conocido. La verdad es que es un verdadero lujo poder ver un Sorolla diferente, en el lugar más especial para verlo, su casa museo de Madrid, que ya de por sí, bien merece la visita. 

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