Ya hemos hablado de la celebración de aniversarios, todavía estamos digiriendo el Año del Greco y el V centenario de Teresa de Jesús, a los que dedicamos sendos artículos (ver aquí y aquí). Pero este 2016 se nos presenta extraño, pues siendo el IV centenario de la muerte del más ilustre de los escritores en lengua castellana: Miguel de Cervantes, la programación acerca de esta conmemoración nos parece escasa y poco lucida. La mala suerte que acompañó en vida al escritor se cierne también sobre sus conmemoraciones: si con bombo y medios se apresuraban en intentar convencer a todo el mundo de que habían encontrado los huesos del escritor en el sitio justo donde debían de estar, ahora cae en el olvido mediático. El lugar de enterramiento no es otro que la iglesia del convento de San Ildefonso de Trinitarias Descalzas de Madrid en pleno barrio de las letras (ver panorámica aquí)
Como he leído por redes sociales estos días, el mejor homenaje a la obra de Cervantes es leerlo, pero no memeces como las lecturas continuadas, que son sólo reclamo fácil y poco lucido, parece que trataramos a los textos de Cervantes como si de un libro sagrado se tratara y pudieramos abrir y leer por cualquier parte, nos dará respuestas a las inquietudes de nuestra alma. No es así, una novela hay que leerla pausadamente y disfrutando, no «pillar» un fragmento al azar y descontextualizado.

Aun así creo hubiese sido un momento excelente para hacer exposiciones, una de las que haría en falta es la relación de Cervantes con el contexto de su época, de tal manera que pudiéramos contextualizar mejor la obra del genial escritor y poder indagar además en sus gustos artísticos viendo piezas de su época. Este tipo de exposiciones se han hecho con otros autores, fundamentalmente de teatro, de nuestro Siglo de Oro.

El interés radica además, en que es muy difícil contextualizar las obras de Cervantes con el arte de su momento, siempre se compara al escritor con pintores del barroco, fundamentalmente con Velázquez y con Murillo, porque cierta estética de los cuadros de estos pintores puede relacionarse con fragmentos y ambientes descritos por él. Pero cronológicamente hablando no podemos hacer ese juego. Cervantes es de una generación anterior que el pintor sevillano Diego Velázquez y dos generaciones le separan de Murillo.
El autor cuyas fechas más se aproximan a nuestro escritor es el pintor de origen griego Doménikos Theotokópoulos (Candía 1541 – Toledo 1614) Las fechas de Cervantes son similares: nace en 1547 y fallece en 1616. El ambiente por el que transcurre la vida de nuestro literato es la del reinado de Felipe II y Felipe III; el período artístico que le toca vivir es el Manierismo y el inicio del Barroco, es el momento de la construcción de El Escorial, por ejemplo.

No he hallado una clara posición de Cervantes sobre la pintura o las artes, no parece frecuentar la compañía de los artistas de su momento, como podía ocurrir con otros literatos más jóvenes como Lope de Vega del que conocemos su amistad con Vicente Carducho. No pudo conocer a Velázquez, pues a la muerte de Cervantes contaba con apenas 17 años y no había salido de su Sevilla natal. No parece que tomara partido en la polémica de la liberalidad de las Bellas Artes, que tanto debate crearán en el siglo XVII.
Recurro pues a fragmentos de sus obras para buscar esas relaciones con el mundo artístico. En su novela El licenciado Vidriera, hace una descripción de ciudades italianas y cita vinos que conoce en una hostería en Génova cita textualmente: <<Allí conocieron la suavidad del Treviano, el valor del Montefrascón, la fuerza del Asperino, la generosidad de los dos griegos Candia y Soma, la grandeza del de las Cinco Viñas, la dulzura y apacibilidad de la señora Guarnacha, la rusticidad de la Chéntola, sin que entre todos estos señores osase parecer la bajeza del Romanesco>> Quizás sea casualidad que cite la nación del genio cretense afincado en Toledo, pero me gusta pensar que quizás no lo sea.
En otra obra fantástica, su entremés de los habladores, el pícaro Roldán trata de librarse de una persecución usando su capacidad desmedida de parlotear, lo que es aprovechado por Sarmiento para tratar de acallar a su mujer Beatriz. El modo hilarante de hilar frases llenas de citas antiguas mal entendidas no deja de recordarme también una de las características del Manierismo: la cita de los grandes maestros y el carácter elitista y culto. Sólo así se entiende la gracia del entremés, escrito para doctos. La disputa dialéctica entre Beatriz y Roldán es épica, utilizan la última palabra de su oponente para continuar hilando disparates con rezume cultista, en un momento Roldán dice: <<Quedo, quedo, suplico a usted; que bien sé que consiste en la disposición de la naturaleza, porque la naturaleza obra por los instrumentos corporales y va disponiendo los sentido; los sentidos son cinco: andar, tocar, correr y pensar y no estorbar; toda persona que estorbare es ignorante, y la ignorancia consiste en no caer en las cosas; quien cae y se levanta, Dios le dé buenas Pascuas; las Pascuas son cuatro, la de Navidad, la de Reyes, la de Flores y la de Pentecostés; Pentecostés es un vocablo exquisito…>>
En este fragmento mi cabeza siempre asocia al retablo que Juan Bautista Maíno realizó para el convento toledano de San Pedro Martir entre 1612-14. Los cuadros de Maíno tienen el aire cosmopolita de quien ha viajado, como nuestro Cervantes. Maíno ha conocido en Roma la obra de Caravaggio y de los caravaggistas que dejan honda huella en el pintor.
El citado entremés termina, yo también, con estos versos:
¡Qué dicha, señores,
sí todos los habladores
hablaran como CERVANTES!
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