LA CIUDAD UNIVERSITARIA Y SUS MONUMENTOS. ESCENARIO DEL CONFLICTO.

La ciudad es el escenario del conflicto. En realidad, es el escenario de nuestras vidas, pues somos una sociedad, la europea de cultura occidental, cada vez más urbanita. Al ser el escenario de nuestras vidas, lo es también de nuestros conflictos: ideológicos, económicos, laborales. La ciudad acaba siendo un actor más y, en ocasiones, no es un agente neutro, sino que, por su carga histórica, por el uso que se ha dado a sus espacios, estos van adquiriendo connotaciones, sesgos y símbolos. Es importante entonces entender hasta qué punto los símbolos de las ciudades nos representan o si representan ideologías del pasado que no son fáciles de encajar en la sociedad que queremos o pretendemos ser. En ocasiones, las ideologías van creando un poso de mensaje en los objetos que acaba cambiando su significado original y creando lecturas interesadas. Quiero tratar en este artículo de ese conflicto entre los símbolos heredados, con su carga ideológica, y las nuevas sociedades urbanas que no están dispuestas a mantenerlos.

Arco de la Victoria y Ministerio del Aire en Madrid.

Uno de esos conflictos, además difícil de solucionar es el pasado colonial de España. Desde el siglo XIX, el nacionalismo español va a considerar al subcontinente americano como una prolongación de la propia identidad nacional. Aunque en ese siglo sea cuando se pierden las colonias, no se va a terminar la proyección que para España suponía seguir teniendo lazos, ya no políticos sino culturales, con las antiguas tierras que habían pertenecido a sus dominios, pues les confería una dimensión universal, justo en el momento en que el resto de las naciones europeas se lanzan a una carrera por la conquista de todo aquel territorio del mundo que entendiesen que estaba a su alcance, como potencias civilizadoras.

En el tránsito entre el XIX y el XX surgen toda una serie de ideologías que tratan de reivindicar el papel de lo español, asociado a la conquista y evangelización del Nuevo Mundo, así como en la idea del papel civilizador que tendría España. Toda esta ideología hundía sus raíces en los discursos regeneracionistas que se habían puesto de manifiesto durante las celebraciones del IV Centenario del Descubrimiento de América. Durante la dictadura de Primo de Rivera, se había tratado de construir en el tablero geopolítico internacional un bloque de naciones hispánicas, que evidentemente debía encabezar España. En este clima, el gobierno de Primo de Rivera auspiciará la Exposición Iberoamericana de Sevilla de 1929.

G. Bacarisas, Cartel de la exposición iberoamericana, 1929 (Foto: wikipedia)

En siglo XX, con el régimen franquista tras la victoria del bando sublevado en la Guerra Civil, se volverá a rescatar con fines propagandísticos ese espíritu de exaltación de la Hispanidad y de los vínculos culturales con los antiguos territorios americanos. En ese sentido, sobre todo en los años del aislacionismo, va a funcionar como un vector de proyección exterior del nacionalismo español, a la vez que se incidirá en el ingrediente que el nacionalcatolicismo quiere exaltar como clave en la aportación española a la Historia universal: la cristianización –más bien catolización– de todos los territorios que habían pertenecido a la corona hispánica. La idea que finalmente se destilaba era el papel de España como una especie de misión mesiánica para lograr la evangelización de aquellas tierras de manera totalmente desinteresada. Así, en la zona franquista, como nos cuenta David Marcilhacy, la Delegación Nacional de Prensa y Propaganda de Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (FET y de las JONS), creada en abril de 1937, impulsó una clara manipulación del mito de la Hispanidad de manera que sirviera para legitimar al bando sublevado, creando un relato que insistía en el paralelismo entre la épica del descubrimiento en 1492 y el alzamiento militar de 1936, presentado como una nueva gesta al servicio de la resurrección nacional. Para ello se valió del lenguaje de los carteles, que, gracias a su simplificación de las formas y a eslóganes impactantes, lograban transmitir a las masas un mensaje claro y capaz de estimular los ánimos. Si a esto añadimos que, una vez instalado el nuevo régimen, se va a emprender una política de transmisión de sus valores mediante organizaciones como Frente de Juventudes, Acción Católica o las leyes educativas que recordaban la necesidad de ajustar la educación al dogma y la moral católica, además de introducir en las clases la «Formación del Espíritu Nacional» en las que se insistía en una visión imperial de la Historia. En los libros se ensalzaba a los héroes de la «raza hispana»: Pelayo, el Cid, Santiago, santa Teresa de Jesús, Recaredo, Isabel la Católica, Colón y los conquistadores. De esta utilización manipulada de la historia y de esta creación de iconos del nacionalcatolicismo derivarán las posteriores visiones negativas de estos personajes en épocas recientes, ya que se ha de hacer el esfuerzo de contextualizar esas figuras y eliminar la visión parcial y errónea de la que fueron dotadas por el régimen franquista, para devolverles a su verdadero papel en la Historia.

Jesu Medina, Héroes de la Hispanidad. (foto: el blog de Jesu Medina)

La batalla campal que se convirtió la zona noroeste de la ciudad de Madrid durante gran parte de la Guerra Civil y la consiguiente destrucción, originó la oportunidad, en la reconstrucción de Ciudad Universitaria y del parque del Oeste, de ubicar monumentos públicos con una fuerte carga simbólica para el bando de los vencedores del conflicto. La evolución del régimen franquista y el inicio, sobre todo en la etapa final de la dictadura, de la lucha estudiantil, convirtieron todo el entorno de Ciudad Universitaria y el parque del Oeste, en el lienzo en blanco en el que pintar y grafitear consignas, tanto políticas como de protesta por la situación de la universidad, de la economía o simplemente del mundo. Los monumentos levantados durante el franquismo van a ser idóneos para tal fin, pues en la vandalización de éstos, va implícita la protesta contra la propia dictadura que los ha erigido.

Tras la derrota de las potencias del eje en la Segunda Guerra Mundial, el franquismo entró en una etapa de aislacionismo que trató de mitigar con políticas de acercamiento cultural con el mundo hispanoamericano. Pero cuando la situación política internacional cambia y el régimen franquista es aceptado por el bloque anticomunista, produciéndose el desarrollismo, la política respecto a América también trata de conjugar el papel de conexión cultural. En la década de los sesenta, se intentará promover la cooperación iberoamericana con la creación de monumentos conmemorativos en la capital, muchos de ellos en el Parque del Oeste, como los dedicados a Simón Bolívar, con un retrato ecuestre en bronce obra de Emilio Laiz Campos de 1970, a San Martín, que es una réplica, también en bronce, del monumento ecuestre realizado en 1862 por el escultor francés Louis-Joseph Daumas, que se encuentra en Buenos Aires, y a Artigas, héroe uruguayo, que es también una réplica en bronce de la original hecha en 1898 por el escultor de Montevideo, Juan Luis Blanes, para la ciudad uruguaya de San José.

Un caso diferente, pero que también ha visto sufrir en sus «carnes» los estragos de la pintura y la protesta son las obras que se instalaron en la reconstrucción de la Ciudad Universitaria pero que son obras de la escultora americana Anne Hyatt, que por su vinculación a la cultura europea, donó para tal fin. Sólo por lo extraordinario de tener obras escultóricas monumentales hechas por una artista mujer, cosa nada frecuente, deberían ser mucho más respetadas, pero la desidia en el cuidado de la propia Ciudad Universitaria unido al desconocimiento del hecho de que son obras de una artistas tan sobresaliente, hacen que a día de hoy sigan pasando muy desapercibidas y que no tengan el suficiente reconocimiento como para crear una conciencia de conservación. Anne Hyatt Huntington, proviene de Cambridge (Massachussets) y creció en un entorno familiar culto. Su padre, Alpheus Hyatt, era un destacado paleontólogo y zoólogo, profesor en la Universidad de Harvard y en el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT). Además, se dedicaba a disecar animales para el Museo de Historia Natural de Boston. Por otro lado, su madre, Aduella Beebe Hyatt, era una experta en arte que pintaba paisajes al óleo y colaboraba con su esposo en ilustraciones paleontológicas para sus libros.

Desde su infancia, Anna mostró un gran interés por la música y los animales, especialmente los caballos, una fascinación que se reflejaría más tarde en su obra escultórica. Para continuar su formación, ingresó en el estudio del escultor Henry Hudson Kitson (1865-1947) en Boston. En esta ciudad, llevó a cabo su primera exposición individual en el Boston Arts Club, donde exhibió más de cuarenta esculturas de animales en formato reducido. Tras el fallecimiento de su padre, se trasladó a Nueva York para estudiar en la Art Students League, donde recibió clases del escultor Hermon Atkins MacNeil y también contó con el respaldo de Gutzon Borglum, conocido por crear los imponentes bustos presidenciales en el Monte Rushmore, en Keystone (Dakota del Sur). Se integró en un entorno cultural y artístico en el que se rodeó de colaboradoras y amigas con intereses y oportunidades comunes. Participó en exposiciones colectivas de mujeres artistas y se involucró en eventos sociales junto a otras mujeres influyentes y benefactoras del arte. A su alrededor, pintoras, escultoras, críticas, fotógrafas o actrices establecieron redes de sociabilidad y solidaridad femenina, reafirmando el poder creativo y la profesionalidad de las mujeres de principios del siglo xx. Para completar su formación, visitaba el zoo del Bronx con objeto de tomar apuntes de los animales. Realizó también un viaje formativo a Europa, donde coincidió con artistas como Auguste Rodin, aunque le resultó más interesante la obra de Rosa Bonheur.

Anne Hyatt Huntington, Diana of the chase, jardines de la Facultad de Filosofía y Letras, UCM, Madrid.

En 1910 presentó al Salón de París una escultura ecuestre de Juana de Arco, con la que obtuvo una Mención de Honor. Ese mismo año, la ciudad de Nueva York le encargó la creación de una monumental reproducción en bronce de la escultura, con motivo del quinto centenario del nacimiento de la heroína francesa. La estatua se colocó en Manhattan, en el cruce de Riverside Drive y la calle 93. Su inauguración, que tuvo lugar el 6 de diciembre de 1915 en una ceremonia pública, atrajo a una gran multitud, como se evidencia en las imágenes de la época. Es la primera obra monumental dedicada a una mujer en la ciudad de Nueva York. Su éxito motivó que el propio gobierno francés pidiera una reproducción en 1915, para colocar en la ciudad de Blois, y concedió a la escultora la Legión de Honor. Ese mismo año, su conjunto de diez esculturas de animales fue galardonado con una medalla de plata en la Exposición Panama-Pacific en San Francisco. Al año siguiente, recibió la prestigiosa Medalla de Oro Rodin del Plastics Club of Philadelphia, y también fue aceptada como miembro asociado en la National Academy of Design de Nueva York, que, en 1922, le otorgó la Medalla de Oro Saltus por su destacada contribución artística en el ámbito de la escultura mitológica, concretamente por su obra Diana of the Chase, de la que tenemos una reproducción en bronce en los jardines de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Complutense de Madrid.

En 1927 recibió el encargo de la Hispanic Society para un monumento ecuestre dedicado a la figura del Cid, que debía instalarse junto a la sede de la institución neoyorquina. La escultura volvió a tener mucho éxito y se hizo una réplica para la ciudad de Sevilla, coincidiendo con la Exposición Iberoamericana.

Anne Hyatt Huntington, Porteadores de la antorcha, Ciudad Universitaria, Madrid.

Para mí, una de sus obras más sobresalientes y emblemáticas es Los portadores de la antorcha. La composición de este grupo escultórico es un notable tributo a la transmisión de la cultura. Capta el instante en que un joven, montado sobre un corcel, detiene su avance para recoger la antorcha de la «civilización» de un atleta exhausto. Realizada entre 1950 y 1953, la obra tuvo que afrontar considerables desafíos durante el proceso de fundición del aluminio en Long Island, al ser una de las mayores esculturas del mundo realizadas en este material. La artista generosamente donó la obra a la Universidad Complutense, donde se exhibe en la plaza de Ciudad Universitaria, frente a la Facultad de Medicina. No obstante, existen diversos ejemplares de esta escultura: dos de ellos llegaron a España –uno a Madrid y otro a Valencia–, tres se encuentran en Estados Unidos y otro en La Habana.

Volviendo a las obras que sí que tienen una vinculación más clara con la dictadura franquista, no sólo cronológica, sino ideológica podemos destacar varios ejemplos que se sitúan junto al Museo de América, edificio construido entre 1943 y 1954, en plena reconstrucción de esa zona tan castigada durante la Guerra y que además coincide con la etapa del aislacionismo y el racionamiento, por lo que la obra, proyectada por Luis Moya y Luis Martínez-Feduchi, se vincula estéticamente con El Escorial y con las misiones católicas construidas en América durante la colonización española. Los ecos americanos están en la línea que comentábamos más arriba de vincular el pasado colonial español con la idea de creación del espíritu nacional.

En 1954, se erigió en la Ciudad Universitaria de Madrid una estatua de cuerpo entero en bronce dedicada al conquistador Vasco Núñez de Balboa. Esta iniciativa fue impulsada por el VI Congreso de la Unión Postal de las Américas y España, que tuvo lugar en octubre de 1952, y contó con la participación de varios Ministerios en el proyecto. La solución creativa del escultor, Enrique Pérez Comendador, radica en la extensión de los brazos hacia adelante y hacia atrás, formando una simbólica cruz. Esta reinterpretación cristianiza un modelo clásico, evidenciando la influencia del Zeus de Artemision, una obra emblemática del estilo severo griego. Aunque se ha modificado la posición de las piernas para proporcionar mayor impulso, el resultado es una obra con una apariencia dinámica que, paradójicamente, evoca una extraña sensación de movimiento congelado. La serenidad presente en obras anteriores se transforma aquí en elocuencia y gestualidad exaltada.

La estatua se situó cerca del Museo de América y sistemáticamente sufre actos de vandalismo. A pesar de limpiezas periódicas, las pintadas y grafitis persisten, y varias asociaciones hispanistas han enviado cartas a diversas autoridades solicitando la «puesta en valor» de la escultura y de otro monumento dedicado a Isabel la Católica en la misma área. La falta de claridad sobre la titularidad de la pieza y la preocupación por la representación del gesto del conquistador generan debate entre las asociaciones, proponiendo incluso la sustitución de la escultura actual por una más fiel a la iconografía clásica de Núñez de Balboa. La gestión y mantenimiento recae en el Consorcio de la Ciudad Universitaria, pero las asociaciones critican la insuficiente vigilancia y cuidado en comparación con otros monumentos cercanos de titularidad municipal, como los dedicados a los héroes de la Independencia Americana en el Parque del Oeste que acabamos de comentar. Su ubicación en las inmediaciones de la Ciudad Universitaria la convierten en objeto de las mismas pintadas que sufren las fachadas y elementos de mobiliario urbano de esta zona.

También puede sobresalir por su estética y su ubicación, junto al Museo de América en Madrid, el Monumento a la Hispanidad, obra de Agustín de la Herrán de 1970 hecha en roca y aluminio en el que se trata de representar de manera alegórica el encuentro de dos civilizaciones a través de la figura de un guerrero español a caballo que levanta a una mujer india en un abrazo de amor.

Estas visiones sesgadas de la conquista han provocado la identificación de los personajes del pasado y sus hechos con el mensaje que quería la dictadura franquista, lo que en realidad no ha hecho ningún bien a esas figuras, que ahora son víctimas del revisionismo más radical y también de la incomprensión por parte de quienes han recibido un mensaje manipulado durante mucho tiempo. De esos polvos, estos lodos.

BIBLIOGRAFÍA

Bazán de Huerta, Moisés: “La escultura monumental de Enrique Pérez Comendador” en Norba-Arte, Vol. XXX, 2010. [https://core.ac.uk/download/pdf/304881020.pdf].

Chadwick, Whitney: Mujer, arte y sociedad, Barcelona, Destino, 1992.

Marcilhacy, David: “La Hispanidad bajo el franquismo” en Imaginarios y representaciones de España durante el franquismo, Madrid, Casa de Velázquez, 2014 [https://hal.science/hal-03831055/document].

Pérez-Martín, Mariángeles (2023): ““La resurrección del Cid”. Anna Hyatt Huntington, escultora”. En: Laboratorio de Arte, 35, pp. 305-324.

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